Los diarios de Ricardo Piglia

Creo que todos hemos pensado alguna vez en llevar un diario, algunos hasta lo escribimos por épocas, pero es complicado mantener una constancia y liberarse de la sensación de vacuidad que transmite uno al detallar su vida. Puede que se quiera contar algo en particular o dar testimonio de una situación concreta, pero el capricho de inundar la narración vital con nuestro estado personal suele imponerse y llega el momento en el que de un día para otro abandonamos la tarea.

En la lectura del segundo tomo de Los diarios de Emilio Renzi, Los años felices de Ricardo Piglia hay  continua autoconsciencia. Se refiere en múltiples ocasiones a los diarios mismos, a su vida más intelectual que experimental, a los cuadernos que lleva de un lado a otro, su transcripción a máquina… pero en su favor se puede decir que rara vez habla de sus sentimientos, sino de lo que hace con su vida. El día a día, sus reuniones, encuentros y huídas son de interés por su posición en un lugar clave de la literatura hispanoamericana.

La naturalidad de sus actos y apuntes acaban por transmitir serenidad e inteligencia. Hace unos meses disfruté con la lectura de las Memorias de Luis Buñuel, enfocadas desde una perspectiva que rozaba el ajuste de cuentas y con intención de diálogo hacia el lector, al contrario que aquí, donde las décadas de dedicación no permiten aguantar poses ni artefactos ficticios, solo narración.

Todo esto no quita para que no se oculte la intención de publicarlos. En este volumen se habla varias veces de la necesidad de guardarlos y se pregunta si en alguna ocasión verán la luz. Aquí, con Piglia más adulto que en el primer volumen, la vida gana importancia a la literatura, hay más movimiento social y político. Encontramos una persona solitaria en muchos aspectos, con aire maldito y tremendamente insatisfecho con su situación. El libro que nunca acaba de escribir, las dudas y reescrituras incansables -mientras trabaja en ámbitos de la literatura- parecen amargarle durante algunos años. Quizá al verlo en perspectiva, tres, cuatro o cinco años de aprendizaje podrían ser algo normal, pero cuando se vive la experiencia parece desesperante.

En Los años felices la mirada que aporta Piglia a la literatura se cierra a su contexto. Nombra por épocas a Bertolt Brecht y a León Tolstói, pero la necesidad de leer a los contemporáneos se impone y el escritor más nombrado y comentado es Manuel Puig, con quien además guarda gran amistad. Luego, también se nota la inabarcable sombra de Jorge Luis Borges, comentarios sobre Julio Cortazar y ácidos apuntes en referencia al realismo mágico.

En algunos tramos de sus diarios uno se puede preguntar si es enriquecedor leer a Ricardo Piglia, pero luego está el total de su obra para afirmarlo. Se ofende en ocasiones, pero escucha voces disonantes a la suya, los aportes son valiosos, profundos, alejados de la superficialidad, con la eterna duda de quien sabe que no hay respuestas certeras en el arte, sino visiones más o menos acertadas. El dogmatismo es más cercano al aficionado que a este escritor. En el ámbito literario, Piglia debe ser leído. De vez en cuando cojo de la estantería su estupendo libro El último lector y retomo algunas páginas, admiro la lucidez con que observa la literatura, igual que en estos diarios, de los que leeré el tercer y último volumen cuando se publique.

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