Los Jardines de la Disidencia. El arte de la derrota

Jonathan Lethem forma parte de mi aprendizaje literario. Leer La fortaleza de la soledad me causó una gran impresión y, sin ser una obra maestra, fue mi entrada en un tipo de literatura distinta a lo que estaba acostumbrado, la sensación de que se podía realizar una narrativa transversal entre géneros sin necesidad de irse a los lares del boom latinoamericano. Desde entonces he seguido su obra, pero por motivos ajenos a la lógica se me había escapado la lectura de Los Jardines de la Disidencia. Hasta que vista la esperpéntica imagen política de las últimas semanas y la aplastante derrota que ha sufrido el progresismo, pensé que era un buen momento para empezar su lectura.

Buen momento o tal vez no. Porque la verdad es que ha sido una lectura algo dolorosa. En estos tiempos tan tristes en lo político, puede no ser adecuado leer una obra que describe las derrotas de tres generaciones de una familia en sus respectivos conflictos de lucha social. Un recorrido desde las reuniones clandestinas del Partido Comunista de los Estados Unidos antes de conocer las purgas de Stalin hasta una actualidad que alcanza los movimientos Occupy, referencia a Madrid incluida.

Dentro de la máxima de Vasili Grossman en Vida y destino, «aquella época era la suya, vivía en ella, y a ella permanecería ligado también después de la muerte«, los personajes están forjados a martillazos de realidad. Rose es la carismática protagonista, y casi guía de la novela: una mujer fuerte, ingobernable, de ideas progresistas que se enfrenta a su partido, a la represión sexual y a toda la sociedad, en algunos momentos por cabezonería y orgullo, en otras por su incorrumpible idealismo. A través de ella y su familia hay un acercamiento a los movimientos que luchan contra el poder político de Estados Unidos, dentro y fuera del país. Desde la República Democrática Alemana a la Revolución Sandinista, las distintas ideologías van apareciendo y desapareciendo sin más efecto que piedras que rebotan al ser lanzadas contra un muro.

Y por encima del hilo narrativo se encuentra la sensación de imposibilidad por los pocos asideros que permite el régimen cuando se crea cualquier movimiento. Como bien se dice durante la novela, el capitalismo se ha convertido en la nueva religión, y la religión lo jardines-de-la-disidenciapuede abarcar todo, es capaz de asfixiar a los no prosélitos. ¿Cómo luchar contra algo que te rodea? Si durante la novela se puede mantener una mínima esperanza, aunque sea a trompicones, Lethem no se muestra optimista y decide golpear constantemente al lector hasta llegar a un final en el que le desanima definitivamente a la vez que llama al orgullo de la resistencia, de la disidencia.

En el plano narrativo, he de reconocer que Los Jardines de la Disidencia no es una gran novela durante la mayor parte de su extensión. Jonatham Lethem siempre ha sido un autor muy eficaz, aunque ligeramente eclipsado por los monstruos de su generación: David Foster Wallace, Jonathan Franzen, Zadie Smith, Michael Chabon… Aquí se pueden encontrar algunos de las similitudes estilísticas que comparte con ellos, sobre todo con Franzen, a la hora de intentar crear momentos emotivos. Contar la vida de Rose, y junto a ella la del país, es de gran ambición, pero hay partes en las que se enreda. Lethem escribe párrafos largos, con muchas enumeraciones y un ritmo que acelera y desacelera de una línea a otra en busca de cierto lirismo en lo cotidiano. Lo interesante no es lo que se habla, sino lo que sabemos que siente el protagonista aunque no lo escriba directamente. Pero muchos de estos intentos caen en demasiadas ocasiones en el fracaso o el exceso y la novela no funciona en ese plano, se le escapa de las manos.

Pero debo reconocer que a mí sí me ha gustado. Arrastro un bagaje que apuntaba en su favor y creo que tiene algunos tramos bastante deslumbrantes y una estructura interesante y ambiciosa en distintos aspectos. Pero al contextualizarla en nuestra realidad política es complicado no deprimirse.

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