Los javaneses, de Jean Malaquais

Con un incomprensible retraso de ochenta años, se ha traducido a nuestro idioma la novela Los javaneses, del escritor Vladimir Jan Pavel Málacki (Varsovia, 1908), publicada con el seudónimo Jean Malaquais en francés. Como veremos, esta novela, desconocida en nuestro país, bien merecía ser publicada.

Escrita en la antesala y primeros años de la II Guerra Mundial, época convulsa en territorio europeo, narra la vida de un heterogéneo grupo de circunstanciales mineros que trabaja en lamentables condiciones en una mina junto a la Costa Azul. Malviviendo sus horas libres en el mísero pueblo construido junto a ella, los trabajadores, gente sin patria que ha llegado al pueblo francés tras recorrer distintos países o huir de su tierra, gastan el tiempo jugando a las cartas, emborrachándose, yendo al prostíbulo, peleándose, discutiendo de política y tratando de exprimir en lo posible su sueldo mientras evitan el desamparo y la nostalgia. Alemanes que huyen del nazismo, antifascistas italianos, húngaros, republicanos españoles, rusos, árabes… allí todos tienen su espacio. El lugar nada tiene que ver con la auténtica Isla de Java, es un infecto poblacho similar al que cae el protagonista de El salario del miedo: un sitio donde tan sencillo es llegar, como complicado conseguir el dinero suficiente para salir.

A pesar del desolador trasfondo, Malaquais no busca recrearse en la miseria;  es joven y mantiene un envidiable amor a la vida. Prefiere concentrarse en la alegría y enganchar al lector con multitud de divertidas historias. Bajo la novela coral y multilingüe, la acción transcurre ágil y agradable, llena de anécdotas y diálogos cortos y agudos. Hay una evidente intención por alejar toda sordidez o regodeo en la mala suerte de los protagonistas.

Como se describe en la introducción de la novela, Jean Malaquais pudo ser uno de los protagonistas de la misma obra. Tras acabar el instituto, decidió abandonar Varsovia y recorrer mundo, pasó por media Europa, Palestina, Egipto… tuvo problemas con la policía y apenas sustento económico, pero se concentró en huir hacia delante, para terminar en Francia, donde buscó esa nación libre y revolucionaria sobre la que tanto había leído. Llegó casi como mendigo y desempeñó multitud de trabajos malpagados, incluido uno como minero. Pasaba los días en la biblioteca, al igual que le ocurrió al joven Charles Bukowski: era mejor que la calle, y en ella encontró a los grandes autores que completaron su educación. Antes de los treinta años, y bajo el cuidado del nobel André Gide, escribió esta novela. Con los años también viviría en Norteamérica, e incluso se convirtió en el traductor al francés de su amigo Norman Mailer.

Esa vida itinerante y su ideología de izquierdas se filtran en la novela. Malaquais no duda en ponerse del lado del desgraciado, no lo critica ni lo empapa de ira; es compasivo con él y prefiere llenarlo de energía. Sabe lo que es ser un miserable y parece posicionarse en un optimista pragmatismo. Los culpables pueden asomar en ciertos momentos por la historia, pero, ni siquiera lo parecen: todos son víctimas de un gran caos vitar y social.

León Trotski fue un entusiasta lector de la novela y escribió el interesante artículo Un nuevo gran escritor. Sobre ´Los Javaneses´, de Jean Malaquais, donde realizó un agudo análisis histórico, ideológico y literario de la obra:

«El autor es joven y apasionadamente enamorado de la vida. Pero sabe ya cómo mantener la indispensable distancia artística entre la vida y él; una distancia suficiente para impedirle sucumbir a su propia subjetividad. Amar la vida con el afecto superficial del diletante -y hay diletante de mérito la vida lo mismo que del arte- no es mucho mérito. Amar la vida con los ojos abiertos y un sentido crítico cabal, sin ilusiones, sin adornos, tal como es, con lo que ofrece, y aún más, con lo que puede llegar a ser, esto es la proeza de un tipo. Fijar este amor a la vida con expresión artística sobre todo cuando se refiere al estrato social más bajo, esto significa una gran obra de arte.”

En cambio, el final, como todos los de aquellos años, no deja demasiado espacio para la alegría. Al igual que el resto de la novela, se concentra en la dignidad de los protagonistas y la necesidad de continuar viajando para subsistir.

No todo son puntos positivos. Por ejemplo, no creo que la novela pueda contentar al lector medio: la falta de un narrador principal, la velocidad narrativa y la mezcla de idiomas quizás alejen a muchos. Los javaneses no ha envejecido mal, pero puede resultar complicado.

La labor realizada por Hoja de lata es digna de alabanza, así como la traducción de Emma Álvarez Prendes. El libro carece de fallos, con un formato agradable de leer y edición bonita. Los casi 20€ que cuesta se ven compensados. El trabajo de la editorial es meritorio, más vistas las ediciones que llegan al mercado por parte de grandes editoriales.

En esta novela encontramos amor y desencanto hacia el individuo, al transeúnte que pasa por nuestra vida un momento y nunca más volvemos a ver. Encaja a la perfección en la misma estantería que Thomas Pynchon, Boris Vian o B. Traven; en la diversión, el caos, la inutilidad de esperar al destino. León Trostski dijo que “ningún arte puede abarcar íntegramente la guerra”, pero Malaquais intentó abarcar una sociedad, una Europa llena de miseria y, sin quererlo, a los ciudadanos que acabarían cayendo en los ejércitos de la II Guerra Mundial.

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