Más lecturas de Philip K. Dick

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Seguramente Philip K. Dick es el autor del que he leído más libros. Ni siquiera es mi escritor favorito, pero dentro de su obra suelo encontrar algunos ejes temáticos que me resultan muy atractivos. Tampoco puedo negar que me resulta muy agradable de leer y me conmueve en ocasiones su compasión hacia algunos personajes. Desgraciadamente, hace casi veinte años que empecé a leerle y ya han pasado por mis manos la mayoría de sus libros publicados en español, pero durante este verano me he acercado a una obra que me quedaba sin leer, La transmigración de Timothy Archer, y a la tercera relectura -en la afortunada reedición- de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

La última etapa de Dick suma una carga de trasfondo religioso e irritantes apuntes mesiánicos que dificultan la lectura y convierten sus libros en tediosos mecanismos literarios que pueden espantar al lector casual. Creo que adentrarse en Valis, La invasión divina o La transmigración de Timothy Archer sin tener un objetivo arqueológico o analítico puede llevar al pronto abandono de la lectura. Una vez aclarado este punto, hay dos cosas que me llaman la atención de esta novela. Por un lado, dentro de la temática religiosa que bien podría satisfacer a Emmanuel Carrère, está la creación de unos personajes que gozan de gran profundidad. No son los desdibujados personajes que a veces se pueden reprochar a la obra de Dick, que sabe cómo definirlos mediante la acción pero sin adentrarse demasiado en ellos. Aquí gozan de gran veracidad y uno se plantea si se basa en personas conocidas la transmigracion de timothy archerpor el autor. El otro tema que llama mi atención es la calidad literaria de la obra, que más allá de lo soporífera que puede resultar la narración, es intachable en cuanto a su valor literario. Su habitual descuido, la saturación de diálogos o lugares comunes quedan olvidados. Dick parece obviar la mentalidad de escritura rápida en pos de una rápida mercantilización de las novelas para trabajar a fondo la historia. Quizá resulte irónico que esto se acerque a los reproches que realizan algunos aficionados al género en base a que una supuesta alta literatura puede ser negativa para una obra de este estilo, pero lejos aumentar hipótesis que no comparto gracias a casos puntuales, no se puede negar que aquí sucede y hace pensar sobre lo que el autor podría haber logrado en caso de gozar de una mejor posición económica.

En el caso de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, lo que me acercó a la novela fue la satisfacción de encontrar una obra de este estilo publicada por Cátedra, con sus numerosas notas a pié de página y la introducción de 100 páginas. Aunque la tenía leída en dos ocasiones, la última creo que fue hace diez años y el recuerdo era lo suficientemente positivo como para retomarla.

El volumen merece la pena, más en un género en el que se ha arrastrado durante años un nivel editorial discutible. No solo por la notable novela de Dick, la introducción de Julián Díez recopila información valiosísima para cualquier aficionado del autor: datos biográficos, apuntes sobre la novela y la adaptación cinematográfica… La introducción enriquece la lectura y creo que la calidad de su trabajo como traductor transforman la edición como definitiva.

En cuanto a la novela, es una de las más conocidas de Dick, por motivos más extraliterarios que por la calidad en sí misma. Debemos admitir que sin el trabajo de Ridley Scott seguramente quedaría solapada por obras mayores como El hombre en el Castillo, Ojo en el cielo, Ubik, Los tres estigmas de Palmer Eldritch… Aun así, es una potente novela en la que los personajes están por encima de la narración. El protagonista, Deckard, es un hombre humilde, un antihéroe aprisionado en una realidad –que solo se cuestiona en una magnífica sueñan los androides con ovejas electricasescena- que le aprisiona, vencido por un mundo decadente, un matrimonio fracasado y la sensación de desencanto. Analizar la obra me parece bastante innecesario tras el trabajo de Julián Díez y la cantidad de textos que se han escrito sobre ella.

Puestos a ser puntillosos, hay un punto que me parece discutible de la traducción. El término inventado por Dick, Kipple, y que me llamaba tanto la atención en este libro, está directamente traducido como morralla en todas las ocasiones que aparece. Bien que se señala esta elección, incluso se explica cómo su invento pasó a formar parte de la cultura general, pero creo que un detalle de ese calibre debería aparecer dentro de la obra, no en las notas a pie de página.

Quizá la lectura de estas dos novelas, junto a la relectura que realicé hace unos meses de El hombre en el castillo me hacen pensar en un autor más mayúsculo del que tomaba. Alguien que siempre me ha gustado, pero al que no lo calificaría como un literato. Igual Roberto Bolaño o Rodrigo Fresán tienen razón al admirarle con tanta devoción.

En fin, en unas semanas Cátedra va a publicar Gestarescala, de nuevo de la mano de Julián Díez. Estoy seguro de que no tardaré en leerla, porque la lectura de la gran mayoría de obras de Philip K. Dick es agradable: la extensión de sus novelas permite que sean devoradas con facilidad y, afortunadamente, la obra del autor siempre despierta mi interés, más cuando se descubre un talento por encima de lo que se aprecia a primera vista.

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