Sufragistas: la cámara que no enfoca al culpable

Se puede encontrar cierta dificultad a la hora de encajar temas espinosos dentro de una película para todos los públicos. El modo en el que se narra la lucha por los derechos es complicado de medir cuando esta incluye actos vandálicos, represión policial o humillaciones constantes. Pero Sufragistas funciona en ese aspecto, logra compensar y trabajar los ajustes necesarios para lograr una película entretenida y lúdica en muchos aspectos.

No soy partidario de contar lo que cualquiera puede saber si tiene un mínimo de cultura o, simplemente, se echa un vistazo al cartel promocional, así que no diré mucho del tema de la película más allá de que trata la lucha de algunas mujeres por lograr el voto en Inglaterra. Centrada en un personaje casi dickensiano que trabaja en una fábrica y entra en el movimiento sufragista, los 100 minutos de la película funcionan más o menos bien a nivel técnico y son muy notables en la factura de actrices femeninas.

Lejos de las películas lacrimógenas a las que nos acostumbran las grandes producciones, esta obra inglesa de la (casi) debutante Sarah Gavron contiene algunos momentos duros y un uso de la cámara bastante inteligente y contenido en algunos aspectos. Pero quizá la producción nacional y su amplitud de público objetivo han provocado que existan algunos puntos claramente insatisfactorios en el plano histórico y, casi más importante, en el aspecto de la denuncia.

Antes de extenderme en eso, debo comentar que la mayor debilidad de Sufragistas es su clásico guion maniqueo con estructura basada en la entrada de una persona en una gran organización y que, gracias a algún tipo de don, escala en ella hasta ser miembro de primera línea y conocer a sus líderes. Aun así, con todos sus males, reconozco que este esquema ofrece la oportunidad de entender a los personajes, sus luchas personales, las contradicciones a las que se enfrentan y sus mayores obstáculos.

Lo realmente llamativo es la moderada crítica contra el sistema. El principal enemigo violento y castigado en el mensaje de la película es el peón del sistema nacional: el policía. No se dice nada del agente vital en la estructura opresiva, del poderoso.

El antagonista de la historia es un oficial de escala media dentro del cuerpo policial que muestra un inquebrantable respeto por la ley, pero también ciertas simpatías hacia el movimiento sufragista: las entiende y lamenta su sufrimiento. Cuando insertan un tubo por la nariz de la protagonista para obligarla a ingerir alimentos durante su huelga de hambre, él se aleja apesadumbrado.

Los otros miembros del poder nacional, los políticos, aparentan amabilidad: atienden a las representantes de las mujeres y se remueven en sus asientos cuando escuchan sus sufrimientos laborales. Incluso la aparición del rey es un personaje neutro. Los planos que utiliza la directora y las actuaciones no dan lugar a la sombra, la intencionalidad de la película se hace evidente: las mujeres no pueden votar por algún tipo de bloqueo divino que solucionarán si son inteligentes y constantes en su lucha.

Al obviar los puntos importantes de la historia, dejar de lado la vertiente política, y contar que fueron las sufragistas quienes ganaron sus derechos sin acercar al espectador al enemigo político, entonces queda una edulcorada visión que elimina cualquier crítica sobre el sistema. Igual que quedan el malvado empresario, que también es un agresor sexual –para apartar cualquier desviación que pueda surgir-; el marido que se siente una víctima y la agresividad policial. Lo crucial, el sistema político machista -que sigue siendo machista y clasista-, se salva del discurso crítico de Sufragistas. Eliminar del encuadre narrativo es desviar la mirada, algo de una arbitrariedad insultante en una película de estas características.

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