El barrio en los libros

El rito circular

Uno sale del barrio pero no deja de ser del barrio. A veces tardamos años en dar con esta sentencia y creérnosla por completo. Igual que con la familia o algunas amistades, se pueden tener distintos sentimientos hacia los orígenes, pero la huella siempre queda y se encuentra a nada que se busque.

En mi caso, nací en un barrio de Bilbao históricamente maltratado. Este es Rekalde (del que se puede escuchar su historia aquí) y pasé por todas las fases posibles con él: amor, repulsa, resignación, nostalgia, orgullo y, ahora, aceptación. Aunque aclaro que dicha aceptación está ausente de connotaciones negativas, solo es el saber lo que uno es.

El tema del barrio, que siempre limita, más cuando es de clase obrera, se nota desde la infancia. Aun hoy, se baja de Rekalde a Bilbao, aunque no queden fronteras visibles. El lenguaje lo es todo. Y el barrio también es una identidad peligrosa para muchos.

En el auge totalitario el barrio es una huella que te distingue, que defiendes. Puede que desprecies eso que se llaman políticas del bienestar cuando hablas con los demás, pero cuidado como insulten o maltraten a tu barrio.

También hay un proceso de disolución continua en las artes. Una pérdida de integridad se produce de forma muy curiosa en libros que nombran barrios y dan por hecho que el lector entiende todo lo que suponen, cuando solo es superficie lo que narran.

Uno dice Bronx en los 60 y parece que ya se tiene un conocimiento enciclopédico, pero no es así, solo hay una colección de tópicos heredados. Nombran Lavapiés y en función del año se hablará de inversión, narcopisos, activismo político… pero el vecino sabe que eso es reduccionista.

Este pensamiento me acompaña en las lecturas y en los últimos tiempos han llegado a mí tres libros muy distintos en donde los barrios están tan presentes que se vive en ellos sin la gentrificación literaria.

Uno ha sido Si te dicen que caí, la ya mítica novela de Juan Marsé sobre un barrio desaparecido de Barcelona. La posguerra, la humillación, el hambre, el dolor… Todo se cuenta sin edulcorar. Tal como apunta Marsé en el prólogo, “empecé a escribir una novela sin pensar en la censura ni en los editores ni en los lectores, ni mucho menos en conseguir anticipos, premios y halagos”. ¿Y entonces qué queda en la novela? Solo realidad.

Esa desesperación también se siente en El rito circular, una novela de terror de Iván Ledesma que describe con acierto el cemento de las colmenas donde se expulsa a parte de la sociedad. Los bloques de viviendas grises fuera de las ciudades, entre autovías, descampados y parques.

Por último, La mala costumbre de la escritora Alana S. Portero. Una novela muy madrileña que habla de las miserias de los barrios, pero también de la dignidad y de las familias que se forman entre vecinos.

Son tres novelas de géneros distintos, pero donde he sentido aquello que se pierde cada día en la literatura aspiracional: identidad.

El barrio, salgas o no de él, es materia y universo. Eso significa comprender que hay otros tantos cosmos similares y saber distinguir entre quien los imagina y quien los conoce. Estos tres libros los conocen.

Escríbeme a ekaitzortega(arroba)gmail.com

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