El virus anda suelto

heroe anda suelto

«La hipótesis de que la inmortalidad primordial es la del mal: el mal es algo que amenaza con volver siempre, una dimensión espectral que sobrevive por arte de magia a su aniquilación física y continúa acechándonos. Por ello la victoria del bien sobre el mal es la capacidad de morir, de recuperar la inocencia de la naturaleza, de encontrar la paz en la liberación de la obscena infinitud del mal».

(Slavoj Žižek, Sobre la violencia. 2007)


Peter Bogdanovich solo había rodado una serie B antes de estrenar El héroe anda suelto (Targets). Su debut con Viaje al planeta de las mujeres prehistóricas no es interesante, pero el salto dado con la segunda obra, a la que después seguiría La última película, es enorme y viene a representar una lectura muy valiosa del momento.

En El héroe anda suelto se narra el fin de una época mediante el enfrentamiento entre el malvado-héroe de las décadas anteriores, interpretado por Boris Karloff, y el nuevo tipo de asesino, un ciudadano anónimo. El personaje interpretado por Karloff es un actor de películas de terror que comprueba cómo la realidad se ha vuelto más violenta que sus -ya inocentes- personajes. Se ha dejado de temer al monstruo clásico de la Universal, ahora la realidad es más terrorífica. Mientras, el antagonista es un individuo que ha vuelto perturbado de la guerra de Vietnam y cuyo fascinación por las armas lo lleva a asesinar como un francotirador: desde la distancia, sin justificación ni apego hacia las víctimas. El mal había dejado de ser comprensible.

Todo esto ocurre en 1968, esos años entre el asesinato de John F. Kennedy y el caso Watergate con una sombra cerniéndose sobre el país y la sensación de pérdida de fe que se extendía, algo que todavía acompaña a la mayoría de países occidentales. No nos fiamos del otro ni de los gobiernos, mentalidad que el sistema económico se ha encargado de acrecentar.

La maestría de la película está en situarse como punto de inflexión entre esos tiempos, en cerrar un periodo de inocencia para dar comienzo a uno de incomprensión. Bogdanovich no es misericorde con el nuevo contexto y claramente lo desprecia hasta en las palabras finales pronunciadas por el personaje de Karloff que solo ve en el asesino una persona más. No hay grandeza, realmente no hay nada.

Pero en el cine ya no hubo marcha atrás y ese prototipo duró décadas, en el mismo Seven continúa ese ciudadano anónimo que podría ser cualquiera. Quizá hasta la era posterior al 11S y el climax del nuevo malvado de No es país para viejos.

El escritor Cormac McCarthy siempre ha sabido observar el mal de su país y le dio forma humana en su novela, después los hermanos Coen lo transformaron en mito y hemos podido verlo replicado en otros tantos personajes que ya no son vacío, sino mal. No parpadean, no sienten nada y tampoco han salido de vivencias que justifiquen su existencia, solo son el mal arrollando a cualquier inocente que se cruce con ellos.

Por el camino también se han visto bifurcaciones. Por ejemplo, los asesinos de innumerables películas de terror como Pesadilla en Elm Street, Halloween o Viernes 13. También, y sobre todo en series, en el agente doble que se mostró en Homeland. ¿Es tu vecino quien dice ser o un terrorista? Pero unos derivan hacia la clave fantástica que los aleja de la realidad para centrarse en algo más atávico; mientras en los otros es más importante el mensaje de desconfianza que el mismo malvado.

Cabe pensar qué ocurrirá tras el coronavirus, cómo será el nuevo asesino que nos atemorice. Ya no es mal absoluto, tampoco es tu anónimo vecino, ahora se nos ha recordado que las cosas suceden por puro amor entre dos tipos de seres. Somos bolsas de carne listas para que nos infecte un virus y el mayor miedo es que no hay sentido ni transcendencia en lo que ocurre, solo la vida y la muerte que juegan sin que importe el sujeto afectado. Entonces, ¿cómo será ese nuevo malvado? Tal vez lo dejemos de lado y volvamos al cine de catástrofes para perder por un tiempo esa ficción en la que el asesino nos elige por algún motivo. Hemos vuelto a descubrir que no somos especiales.

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