La chica de al lado, de Jack Ketchum

La chica de al lado Jack Ketchum

Debo reconocer que mi primer encuentro con La chica de al lado fue una lectura adolescente muy centrada en lo truculento, en la atracción por el espanto que acompaña al devoto del terror cuando se encuentra con una obra capital. No aprecié, o por entonces no sabía apreciar, algunos aspectos que al releerla me han interesado muchísimo y que colocan la novela como una gran obra literaria.

Jack Ketchum fue un escritor incómodo que en ocasiones narraba con la sutileza de un hacha cayendo sobre un tronco. Frases cortas, diálogos secos y capítulos que solo son pequeñas escenas. No hay en su literatura una retórica laberíntica o que se recree, más bien se transmite gran precisión en la descripción del movimiento, nunca de la contemplación.

En La chica de al lado se encuentra un problema del que sabe aprovecharse el autor. Casi cualquiera que llegue a la obra conocerá la horrible tortura hacia una joven que hay en ella. Sin embargo, la primera mitad de la misma es la preparación de ese momento, una larga descripción de un modo de vida que también adelanta explicaciones a lo que ocurrirá.

Hay dos formas de ver la realidad de los años 60 donde todo acontece que todavía se discuten hoy día. Por un lado está la nostalgia (que siempre es una trampa) de la infancia en un territorio conocido con amigos, de una comunidad que supuestamente sirve de red; pero también hay una sociedad en decadencia, el alcohol, la violencia doméstica y el que dicha red sea en realidad una jaula.

En la novela, el narrador escogido por Ketchum es uno de los niños torturadores que cuenta lo que hizo desde la visión adulta. Elige en todo momento un tono de terror aunque falten 150 páginas para que este empiece. El primer capítulo se inicia con “¿Crees que sabes lo que es el dolor?” y describe situaciones traumáticas que se quedarán lejos del horror que golpeará la narración. Se me hace difícil pensar que Chuck Palahniuk no lo tuviese en la cabeza a la hora de escribir su conocido Tripas. Quizá sea cosa mía, pero veo similitudes.

Del mismo modo, más adelante el autor vuelve a mostrar el conocimiento del terror que tiene a la hora de trasladar inquietud y dolor. En la página 118 (en la edición de La biblioteca de Carfax), se sale de la narración para incluir una elipsis que comienza de este modo:

 

«Mi primera mujer, Evelyn, me llama a veces y me despierta en mitad de la noche:

—¿Están bien los niños? —me pregunta con voz aterrorizada.

No tenemos hijos juntos, Evelyn y yo.»

 

Los personajes de Ketchum están solos en el mundo. No hay salvación en su nihilista literatura: las familias asfixian, las amistad traiciona, “los polis hablan, pero nunca hacen” (p. 151) y la vida es enfermedad.

Tras acabar La chica de al lado me llama la atención que las mejores páginas que he leído de Ketchum se encuentren en la primera parte de este libro, cuando bien podría ser una novela agridulce de la infancia. Algo que también desmonta cualquier mito de la supuesta élite cultural que aún hoy ve los géneros como entretenimiento y no alta literatura.

Hay páginas en La chica de al lado que demuestran que Jack Ketchum fue un gran autor. Reconozco que me costó verlo, pero la relectura que he hecho de la novela estos días me ha mostrado lo superficial que fui la primera vez que la tuve en mis manos.

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