Lo real: coronavirus, carne y David Cronenberg

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En el siglo XVI una estructura tan poco dada a los avances como la Iglesia vivió un importante cambió en su representación religiosa gracias a los autores místicos que dieron cabida a lo espiritual en el plano físico. Este movimiento no exento de polémica en su momento fue un proceso que desde la perspectiva actual casi puede verse como inevitable. Sin embargo, mucho tiempo después, cuando parece que todo lo corpóreo debería estar ya escrito, asumido y representado, estamos viviendo una época donde la abstracción empieza a fortalecerse de un modo reseñable.

La economía hace tiempo que pasó a ser estadística e ideología, mientras que los actos terroristas se han transformado en escenarios donde no vemos víctimas -al menos cuando hablamos de occidente-. Nadie recuerda un cuerpo en el 11-S o en los atentados de Londres de 2005, por poner dos ejemplos de gran importancia. Además, la enfermedad también ha mutado hacia a un show de cifras ajeno a lo material. Mucho ha pasado desde que Teresa de Jesús escribió “No es dolor corporal, sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto”, pero parece que nos movemos como sociedad en un camino que apunta en  dirección contraria.

Desde hace mucho tiempo que hemos leído discursos que han tratado de asociar lo tecnológico a lo corpóreo. Sea en la enésima presentación de un nuevo gadget o los libros de Donna Haraway, la reflexión sobre el futuro acepta lo terrenal. Mientras, la enfermedad, que puede ser leída como un elemento crítico al sistema, empieza a ser abordada como algo abstracto.

Desde que el coronavirus empezó en China, los fallecidos han seguido el mismo recorrido en todos los países. Son aislados para morir sin contaminar, no hay fotos de enfermos ni de los cambios que produce el virus en el organismo, como mucho queda imaginar su efecto en el rictus de un familiar perdido. No ver e imaginar conlleva más paranoia que saber y sufrir; transforma al individuo en vulnerable.

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Vinieron de dentro… (David Cronenberg, 1975)

Uno de los representantes culturales que probablemente superarán la criba del tiempo es el cineasta David Cronenberg. Él ha sabido dar forma a un ideario que puede servir para comprender el presente sin tapujos ni caer en discursos represivos. A pesar de su tendencia al psicoanálísis, desde sus primeras obras mostró la inevitabilidad de la afección corporal en cualquier cambio importante. La idea que contrapone lo tecnológico-físico frente a lo abstracto-enfermedad queda desarmada en muchas de sus películas: en Cronenberg todo es tangible e invade lo corporal.

En su primer largometraje Vinieron de dentro de… encontramos uno de estos temas. En él se narra la creación de una babosa-parásito que va contagiándose entre personas. Cuando alguien es infectado siente impulsos sexuales incontrolables que empujan a contagiar a otras personas. Aunque la seducción se utiliza en algunos casos, la violencia sexual en todas las direcciones es constante a partir del segundo tercio de la película hasta transformarse en una continua huida de los que todavía se mantienen sanos.

Como en el coronavirus COVID-19, la babosa se transmite mediante el contacto físico. En vez de saliva o tacto, son el beso o el sexo los que llevan al contagio. No hay lugar para lo imaginado, tiene que existir un contacto directo entre infectado y víctima. Este mal que en el fondo solo representa el proceso natural de la vida se resume en una conversación de la película donde se llega a decir “Que la carne vieja es erótica. Que la enfermedad es el amor que sienten dos clases de criaturas extrañas. Que incluso morir es un acto de erotismo. Que hablar es sexual. Que respirar es sexual. Incluso existir físicamente es sexual”. En definitiva, esta relación física, ese amor entre virus y cuerpo es lo normal, a pesar de lo que conlleve. No afrontar esa verdad sería lo antinatural.

La película se desarrolla en un entorno cerrado, un complejo de viviendas donde la falta de testigos y control externo provocan que se descontrole la enfermedad y al final de la película, en un desenlace clásico, las fronteras son sobrepasadas para contaminar al resto de la sociedad. El complejo de viviendas/pequeña sociedad/China se ha mantenido aislado y ha sido el espacio más adecuado para el cultivo de la enfermedad hasta que logra expandirse con la suficiente fuerza como para ser incontrolable.

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Vinieron de dentro… (David Cronenberg, 1975)

Se debe aclarar que en el cine de Croneneberg no encaja demasiado bien la metáfora de las ETS, tal como se puede ver en díptico que forman Vinieron de dentro de… y Rabia. El sexo es un elemento extraño y violento que ya hace por sí mismo una fricción con el mundo. Pensar en ETS significaría minimizar un elemento que de por sí es temible.

Esta codificación de lo real tan directa y tangible elimina cualquier opción de paranoia, elemento muy residual en el cine del director canadiense. El miedo a lo real es suficiente como para detonar las acciones posteriores, sean de defensa o ataque, y de este modo afrontar el trauma sin la necesidad de discursos ilusorios, cifras o rodeos que solapen los hechos.

En todo caso, en nuestro presente lo irreal no solamente está el mensaje, también se vive en la emisión: los medios de comunicación juegan un papel en primera línea a la hora de moldear nuestros sentidos. Si hemos podido ver distintas líneas de argumentarios, todas se han situado a la defensiva frente a la situación actual. El discurso ha versado sobre el héroe y rara vez sobre la víctima. Dentro de los miles de fallecidos apenas hemos podido conocer a unos pocos por ser celebridades en vida. El recuerdo al enfermo ha quedado en manos de los usuarios de redes sociales que han decidido honrar a las víctimas conocidas, o compartir su dolor, ante la imposibilidad de realizar los velatorios o ceremonias que ayuden en estas situaciones.

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Videodrome (David Cronenberg, 1983)

Volviendo a Cronenberg, el director nunca aparta la cámara. Mostrar es redimir, seducir, anular, insultar, vivir o experimentar, como lo hace en Videodrome el personaje interpretado por James Woods. En esta película de 1983 ya se entiende que la frontera entre medio y mensaje es inexistente, porque al final todo es ideología, infección y, en último término, realidad.

En Videodrome se puede observar como marginal y deseada la emisión de unos contenidos que hoy vemos como normales. A pesar del puritanismo que comparten Disney y otras grandes productoras, basta con poner los canales generalistas para encontrar humillación y violencia enmascarados en reality shows. Tenemos a nuestro alcance miles de películas violentas, ya no hace falta buscar en videoclubs o catálogos de VHS: forman parte del audiovisual más extendido. En cambio, nos enfrentamos a mayores limitaciones para acceder a imágenes de nuestra actualidad.

A partir de todos estos planteamientos surge la gran pregunta. Si nos hemos transformado en el protagonista de Videodrome y besamos cualquiera de las pantallas que tenemos a nuestro alrededor emitiendo cada aspecto de nuestra vida, ¿cómo reaccionar cuando una parte de la realidad no puede ser mostrada, casi ni nombrada? Esa coerción sobre el mensaje solo puede indicar que existe algo malo en nombrar lo concreto, en este caso la enfermedad, como si lo real empezase a parecer poco natural.

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