Qué difícil es ser dios, de Arkadi y Boris Strugatski

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Hay autores que sufren una maldición, como los hermanos Strugatski. El golpe que supone para un escritor ser censurado puede no dañar a la calidad de sus obras, pero inevitablemente lo hará a su recepción. Con unas cuantas novelas prohibidas en la Unión Soviética, estos hermanos que escribieron algunas de las mejores historias que ha dado la ciencia ficción no pudieron ver todas publicadas, vivieron un éxito que no llegó al merecido y al leerlos ahora nos encontramos ante cierta distancia literaria.

En la labor de recuperarlos, resulta encomiable la labor que realizan distintas editoriales, en este caso Gigamesh, pero hace no mucho también Sexto Piso. Gracias a ellas podemos contar con trabajos que por su calidad y mensaje siguen siendo necesarios hoy día y (seguro) en el futuro cercano. Tal como vemos con Qué difícil es ser dios, la alta literatura no se sumerge solo en sí misma, siempre es una mirada hacia lo que le rodea y acaba, inevitablemente, en la introspección.

Pero no hay que asustarse tampoco, al hablar de Qué difícil es ser dios se puede hacer desde distintos discursos. El nivel de lectura que quiera darle cada persona depende de su conocimiento del medio o el contexto en que fue escrita.

En un primer plano, la historia que desarrollan Boris y Arkadi versa sobre Don Rumata de Estor, una persona del futuro que viaja a un planeta donde otros humanos viven en una especie de Edad Media decadente. El único objetivo es observarlos y realizar informes sin influir en el desarrollo social, pero gracias a la tecnología es un ser casi omnipotente allí. Estudiar significa mezclarse con ellos, convivir con personas ajenas al higiene y en medio de una época donde se persigue la inteligencia. Todo esto, inevitablemente, también provoca la creación de lazos.

En el papel del observador, más allá del estudio también se sitúa la incomprensión, se vive la necesidad de crear pequeñas trampas sin que nadie lo sepa, enamorarse y nace la dificultad de reglar en un sitio donde prácticamente se podría considerar un dios. En ese margen circula lo que bien define Raquel Marques en la presentación: «El peligro de renunciar a la propia humanidad es universal y está siempre al acecho».

que dificil es ser diosNo sorprende que en Qué difícil es ser dios se hable sobre el pueblo ruso sin evitar el pesimismo habitual que acompaña a los Strugatski en sus novelas, se disfracen de ciencia ficción, humor o fantasía.

Mientras se desarrolla la historia se encuentran evidentes comentarios sobre la realidad que bien conocen los autores y algunos párrafos muestran la incompatibilidad de la obra con la censura soviética: «¡Las esencias del nuevo Estado serán sus propias instituciones, en las cuales se fundamentará! Estas brillan por su simplicidad, y solo son tres: la fe ciega en la infalibilidad de las leyes, el sometimiento total a ellas y la vigilancia infatigable de cada ciudadano por parte de los demás».

No hay que pensar que la historia habla desde la superioridad moral de quien investiga una sociedad corrupta. La autopsia también se enfoca hacia el observador y una posición tan inaceptable como la de los sujetos estudiados. Las dudas que sufre y las elecciones que toma son cuestionables: el protagonista salva por simpatía, cuando no por lujuria, y después se justifica a su antojo. A pesar de las dudas que tiene sobre su posición, es tan falible y arbitrario como lo puede ser cualquier humano.

Se debe reconocer que esta es una obra de complicado acceso. Durante el primer tramo de la novela, la temática y la narración son inasibles, no se sabe qué se está contando hasta que los autores deciden desvelar los ejes a los que se ajustará el lector para seguir la historia. Aunque después no haya pérdida, tras ese inicio la sensación de extrañeza ya acompañará al lector hasta el final. Hay humanidad y emoción en la historia, pero Qué difícil es ser dios se observará con cierta distancia, la misma que el protagonista tiene hacia los seres que analiza.

Al principio del texto comentaba la dificultad que puede suponer un libro de esta temática para algunos lectores actuales. Los códigos han ido cambiando y la sensación de pertenecer a otra época, ¡a otro siglo!, es evidente. No se llega a Qué difícil es ser dios para buscar un entretenimiento, sino que se debería hacer con la misma mirada que se busca conocer una de las obras fundamentales de la ciencia ficción. Luego hay una historia increíble en su interior, pero no se puede evitar pensar en este aspecto al asomarse a la lectura.

Queda dicho que estamos ante un clásico que lucha contra el tiempo, no adolece de la falta de calidad que sacude a tantos libros del género que supuestamente son esenciales y habla sobre las cuestiones fundamentales de la sociedad, el autoritarismo y la debilidad, sea en forma de violencia o decadencia. Si se quiere disfrutar, Gigamesh lo ha editado a la perfección, con una bella portada y la traducción impecable de Justo E. Vasco y Raquel Marqués. En fin, más que recomendable, nos encontramos ante un libro esencial.

Escríbeme a ekaitzortega(arroba)gmail.com

2 Comments

  • Responder marzo 20, 2020

    Nacho

    «Hay humanidad y emoción en la historia, pero Qué difícil es ser dios se observará con cierta distancia, la misma que el protagonista tiene hacia los seres que analiza.»

    Me encanta tu crítica sobre el libro, especialmente esto que citas y que suele pasarse por alto en la mayor parte de los comentarios que se hacen sobre él. La riqueza estética de este texto, por otro lado a priori banal por ese aspecto de novela de capa y espada con conspiraciones palaciegas que tiene a ratos, es tan amplia que merece ser descrito con algo más de un «está bien pero me ha dejado frío».

    • Responder marzo 21, 2020

      Ekaitz Ortega

      Gracias por comentar, Nacho. La verdad es que he dejado pasar casi un mes entre la lectura y la reseña para poder asimilar bien los detalles. Creo que es un libro bastante más complejo de lo que aparenta y en el que nunca puedes dar por seguro qué te está contando. Sinceramente, pensar que la historia se queda en lo palaciego es casi un insulto a la novela.

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