Las redes sociales esperan una avalancha de usuarios deprimidos (y manipulables)

redes

La crisis del coronavirus y la cuarentena durante un periodo superior a un mes marcan un importante cambio de paradigma. Hipotetizar sobre qué ocurrirá en un futuro a medio plazo es arriesgarse demasiado cuando todavía no sabemos la duración ni el coste que esto supondrá a nivel social y psicológico. En cambio, existen una serie de alteraciones que se dan por seguras y ante las que algunas empresas están empezando a actuar.

¿Cómo nos encontraremos de aquí a unas semanas? Mejor seguro que no. Aunque veamos el final del túnel, el precio a pagar habrá sido alto a distintos niveles. Es complicado detenerse en todos los problemas, pero podemos encontrar el más evidente: el coste a nivel laboral y económico, la sacudida generalizada que habrá supuesto esta crisis en una economía frágil y donde casi todos los menores de 35 años malviven. Pero también están el precio del encierro, la tensión sufrida, el miedo a ser contagiados, la pérdida de confianza en el Estado o cualquier sistema, el volver a sentirse animales indefensos, habitar en zulos de 30 metros cuadrados, la duda sobre un futuro mejor, las tensiones surgidas con los compañeros de confinamiento y el luto a todos los niveles, los que hayan podido afrontarlo y los que empiecen a notar su pérdida tras el huracán. Estaremos más deprimidos y las redes sociales lo saben.

Ya nadie ve las redes sociales y sus algoritmos como algo inocente o neutro. Si Cambridge Analytica fue el despertar para muchos, lo que ha quedado claro es que estas empresas privadas buscan, como todas, subsistencia y ganancias. No se les puede pedir una deferencia en pos de la sociedad porque en este sistema capitalista rara vez se le solicita a una empresa privada, como mucho se le urge a que se ajuste a unos mínimos éticos que no empeoren el sistema.

Voy a evitar extenderme en las guerras culturales que se están viviendo estos días en las redes sociales por parte de la ultraderecha y cómo buscan el músculo activista para sacudir a unas percepciones ya de por sí afectadas. Sería excesivo hablar de aplicar una Doctrina del shock, más cuando los ataques cognitivos parten de la oposición, pero sí existe una continua desvirtualización de los hechos y la emisión de mensajes muchas veces contradictorios.

Según la psicóloga Diana Synelnyk, del Gabinete PsyBilbo, las circunstancias en las que nos podemos encontrar tras las actuales vivencias pueden ir relacionadas con estrés, ansiedad, miedo, incertidumbre… O el riesgo de sufrir Trastorno por Estrés Agudo (TEA). Pero asoman otros problemas: “Además de los síntomas descritos, se pueden desarrollar fácilmente trastornos depresivos o ansiosos, el trastorno por estrés postraumático, duelo, adicciones, trastornos del sueño, etc.”.

Un estado psicológico similar puede verse reflejado o acrecentado en las redes sociales y lo saben en Facebook, una de las empresas a las que más polémicas ha rodeado en los últimos años. En The Verge mantuvieron una aclaratoria entrevista con Mark Zuckerberg sobre la situación y la forma de afrontar el futuro cercano. El CEO de Facebook está “bastante preocupado porque el aislamiento de las personas que se encuentran en el hogar pueda conducir a más depresión o problemas de salud mental”, y señaló dos tipos de contenidos a vigilar: autolesiones y suicidios.

A la vez, la monitorización de estos contenidos está sufriendo una pérdida de control por otro de los grandes problemas a los que se enfrenta la red social que no deja de ganar en usuarios e interacciones durante el confinamiento: la falta de moderadores. El teletrabajo no es compatible con la moderación de contenidos por motivos prácticos y de seguridad. Pero la labor social que hace Facebook como vía de intercomunicación masiva entre ciudadanos aislados también sirve cómo excusa. Porque, ¿alguien piensa que la falta de moderación va a ser atenuada con alguna medida?, ¿o solamente van a dejar que el río de datos fluya sea cual sea el contenido?

El problema sobre qué ofrecer a unos usuarios deprimidos y maleables también se encuentra a la vista y todo apunta a que será monetizado. Desgraciadamente, en Facebook se han permitido todo tipo de campañas independientemente de temas morales. Igual que las cadenas de televisión han fomentado la ludopatía, la mano blanda de la compañía con todo tipo de actitudes perniciosas permite dudar sobre el contenido al que se puede exponer un usuario de Facebook o Instagram. Hablamos de una empresa que ha reconocido su responsabiliad en un genocidio por no tener la capacidad de controlar el discurso de odio.

Mientras en Twitter mantienen la lucha interna por el poder de la red social, en España ya se vive una ebullición importante en la discusión política que busca radicalizar las opiniones sobre la gestión del coronavirus. Esta red que ha aumentado un 23% los usuarios activos diarios está viviendo una época de confrontación capitaneada por activistas y bots, en vez de velar por un uso más consensuado por el bien común. Basta con comprobar las tendencias de cada día para comprobar las discusiones que se imponen.

Por parte de YouTube entramos en un espacio importante que en ocasiones es difícil definir. Google ha eliminado de Android la aplicación del medio estadounidense Infowars por sus mentiras sobre el coronavirus. También promueve la información sobre las últimas novedades de la crisis al entrar en su red. Pero el algoritmo ha premiado en el pasado los contenidos polémicos o la desinformación al encontrar un mayor beneficio por estas vías, sea alt-right o terraplanismo.

En definitiva, nos encontramos en una situación que empuja a la desconfianza hacia las redes sociales, en base a su presente y currículo, y con una sociedad en un estado de gran vulnerabilidad que probablemente sentirá una mayor dependencia a estas ventanas al exterior en tiempos de confinamiento.

En su libro El enemigo conoce el sistema, Marta Peirano compara la interfaz de las redes sociales con las tragaperras: cada vez que das a la manivela o refrescas obtienes un pequeño estímulo que recompensa al cerebro. Según la psicóloga Diana Synelnyk, con esta situación, las personas es “muy probable que sean más vulnerables (de hecho ya lo están siendo), y en vista de reducir o controlar el malestar pueden recurrir a las soluciones ‘fáciles’ donde actúa el sistema de recompensa”. Entre estas soluciones se pueden encontrar las apuestas, el juego o las compras que ofrecen un premio rápido.

Pero nos adentramos también en una momento donde el valor de las redes coge importancia con una ciudadanía en búsqueda de respuestas. Por lo que es predecible un intento de partidos políticos, pseudociencias y todo tipo de creencias por acaparar adeptos. En las últimas semanas hemos podido leer a un buen número de columnistas sentenciar que se prepara el campo perfecto para sistemas antidemocráticos, pero también textos que esperan una reacción más utópica tras esta crisis. En todo caso, el no retorno parece ser la opinión concordante en un tiempo donde realidad y algunas fuerzas interesadas reducen la confianza en organismos políticos y representativos.

Facebook, Twitter o Google han jugado en el pasado a la simulación: la afirmación de que existía un control mientras se lucraban promocionando cualquier tipo de contenido. El bombardeo de búsquedas de culpables sobre el coronavirus ya es continuo y acabará por hacer mella en un porcentaje importante de la sociedad. En Facebook se fomenta el microtargeting al extremo, en Twitter se utilizan granjas de troles de forma continua y como fórmula de validación, y en YouTube su algoritmo premia la desinformación con más desinformación. En definitiva, el desconcierto se ve acentuado y promovido por ir acompañado de ganancias económicas.

La vulnerabilidad personal y la situación social empujan a pensar que vamos a encontrarnos ante la tormenta perfecta. Unas redes sociales diseñadas para hacernos adictos van a aumentar en seguidores y uso. A esto habrá que sumar el moroso control de los contenidos, una ética discutible y fuerzas distorsionadoras dispuestas a aprovechar una ventana que se ha abierto más que nunca.

No cabe otra que moderar su uso en lo posible. Podemos llegar a averiguar cuándo nos hemos convertido en adictos a algo, pero resulta más complicado descubrir si se está siendo manipulado, sobre todo en los últimos años donde hemos visto que las estrategias falaces han logrado triunfar en demasiados comicios electorales. En definitiva, nos espera mayor desconcierto, y esto impulsará las ganancias de las redes sociales.

Escríbeme a ekaitzortega(arroba)gmail.com

Be first to comment