El uso de las armas, de Iain M. Banks

El uso de las armas es el tercer tomo de la serie de libros La Cultura, de Iain M. Banks, que comenzó con el ya clásico Pensad en Flebas. Una saga de 10 entregas que hoy permanece descatalogada, aunque no sea complicado hacerse con ella en el mercado de segunda mano. Esto es cada vez más habitual en el género y me hace agradecer mi época completista que me ha dado un fondo de clásicos más que rico.

En todo caso, La Cultura es conocida por su ambición, el estilo de Banks (aunque algunas traducciones….) y el dibujar un universo vastísimo en el que casi todos los planetas y sistemas están dominados por una política cercana al socialismo. En él, la inteligencia artificial se encuentra en robots y naves espaciales que poseen carácter, autonomía, derechos y responsabilidades como los humanos.

A pesar de que uno llega sabiendo, es cierto que Iain M. Banks va desgranando cosas con el paso de las novelas y en las dos primeras no queda del todo claro el dibujo político. Es en El uso de las armas donde se nota una mayor politización mediante el clásico esquema de dar el protagonismo a alguien ajeno al universo que va descubriéndolo, lo que deja la posibilidad de incluir situaciones y reflexiones a lo largo de la historia de más de 400 páginas.

No hay dinero, no se pagan los productos, alguien pregunta qué es la inflación… Al igual que en Star Trek, el capitalismo ha sido superado y todos pueden dormir allá donde quieran y comer lo que les apetezca, gracias en parte al solucionismo tecnológico. Hay quien trabaja porque así lo desea, desde funcionarios a personas que limpian mesas solo por el placer de verlas perfectas. Pero la utopía descrita por Banks, al igual que ocurre en la narrativa de Ursula K. Le Guin, no está exenta de crítica ni de violencia. Algo que ya habíamos visto antes, pero que aquí toma la moraleja y deja ver la formación del autor en literatura, psicología y filosofía.

Los imbéciles que siempre combaten, llega a decir uno de los protagonistas, son algo inherente a cualquier sociedad. Y en El uso de las armas llegamos a comprenderlos porque mercenarios, soldados y justicieros -el lector no encontrará demasiada diferencia de unos a otros- son humanos y la pulsión violenta no desaparece, justificada (o no) por las desgracias vividas.

Pero Banks no es un militarista y observa la violencia con una perspectiva que podría enfrentarse a autores clásicos como Robert A. Heinlein, que son más de adorar el belicismo. Sé que es reduccionista el comentario, pero leyendo la novela es algo que me venía a la cabeza con algunas escenas en las que, al igual que el norteamericano, Banks ofrece un manual de guerrilla y estrategia militar que haría aplaudir a los que se emocionan con películas como el Napoleón de Ridley Scott.

Todo esto se cuenta con una original estructura que desde un punto de inicio intercala capítulos en distinto orden cronológico: unos avanzan en una travesía más cercana a la aventura y los otros retroceden para explicar los porqués del personaje, y también ahondar en lo que nos hace humanos.

Sin duda, es una novela notable y atrevida. En este presente sería considerada planfletaria por algunos lectores, pero en verdad recuerda lo que hace grande al género, con sus ideas sorprendentes que logran canalizar inquietudes humanas y políticas a través del entretenimiento.

El próximo libro de Banks ya me espera en la estantería para volver a La Cultura dentro de un par de meses y, más allá de portadas feas que espantarían a los que hoy adoran compartir en redes sociales sus ediciones, solo puedo decir que seguiré disfrutando con esta saga en la que siempre se encuentran aciertos, incluso en relecturas.

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