Desconcierto – Introducción

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Desde distintos frentes nos avisan de que vivimos tiempos desconcertantes. Fieles a nuestras ideas, proclamamos con autoridad que los otros manipulan y que es complicado discernir la verdad en la llamada época de las fake news. Temidas por su importancia en la victoria de Trump o al ver a nuestros políticos hablar de ellas mientras los periódicos las analizan como si fuesen una invención actual, la retahíla de argumentos que las enumeran y avisan de su peligro suelen ser tan manidos como el comprobar que nos previenen los mismos medios que las generan.

Pero al hablar de desconcierto es demasiado simplista quedarnos con las fake news y olvidarnos de la continua amenaza del cambio climático y las consecuencias que nos traerá,  las nuevas tecnologías y el cambio de paradigma social y económico que pueden provocar o, ante todo, del uso político y estratégico que se logra al marear nuestra psique y hacernos dudar de la realidad social y personal.

Vivimos en tiempos de distopía, se dice una y otra vez ignorando que la base esencial de la distopía va unida al autoritarismo. En realidad estamos en un futuro cercano a lo  anunciado por escritores que no son de la primera línea de ese género. El Gran Hermano de George Orwell o el soma de Aldous Huxley no han llegado, aunque tampoco podemos ignorar que sus libros nos han ofrecido herramientas y términos que hemos asimilado a la hora de identificar amenazas. Pero nuestra sociedad vive más cerca de la paranoia de Philip K. Dick, el abuso del Estado que analizan los hermanos Strutgatski, la mala leche de John Brunner y el sentimiento de desamparo que acompaña la existencia de K. en El proceso.

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Vamos a una entrevista de trabajo y pensamos si puede influir lo que hemos escrito en las redes sociales, nos aparecen anuncios de productos que nunca hemos buscado en internet pero sobre los que hablamos con nuestra pareja el día anterior, leemos que Mastercard y Google cruzan datos sobre nuestras compras… ¿Qué saben de nosotros? ¿Cómo pueden utilizarlo en nuestra contra?

El miedo del mítico personaje creado por Franz Kafka nos representa en muchos aspectos. No nos hemos apartado de las redes sociales a pesar de que cada día conocemos con mayor exactitud la vasta información con la que datan nuestros movimientos. Asumimos que quedará constancia de ese mensaje político que compartimos en un momento de enfado, el chat lujurioso que tuvimos a través del móvil, nuestras visitas a páginas pornográficas o que la aspiradora hace planos de nuestra de casa.

Asumir la derrota y sentirnos algo culpables por ceder a la potente arma de la seducción con la que nos atrapan imposibilita la lucha individual contra este sistema. Al igual que K., nuestra única disputa es por mantener la realidad y no sentirnos atrapados, que nadie llame a nuestra puerta avisándonos de que nos hemos metido en un problema sin querer.

Otro de los autores al que nos podemos acercar para ver nuestro presente reflejado es John Brunner. Hoy casi olvidado y puntualmente reeditado por Gigamesh, pero sin que se genere el merecido entusiasmo por parte de los lectores, este escritor fue de los más gamberros y visionarios de su época. Con El jinete de la onda del shock creó en 1975 uno de los libros que mejor definen nuestra fragmentada y acelerada realidad y el valor de la información recopilada mediante elementos computacionales. Este libro es de una prospección pasmosa. Entre la enumeración de ideas que dispara en cada página se pueden encontrar muestras como ésta:

 

Por supuesto, todo el mundo debía tener un código personal. ¿De qué otra forma podría el Gobierno atender correctamente a los ciudadanos y tener identificados sus deseos, sus gustos, sus preferencias, sus compras, sus compromisos y, por encima de todo, su situación, en un continente lleno de individuos libres y móviles?

(Según la traducción de Antonio Rivas)

 

Escrito en 1975, repito, aleja el foco de la Unión Soviética y espacios similares para acercarse a la monitorización a la que se enfrentarían los ciudadanos con el avance de la tecnología en un mundo enfrentado en una guerra por el avance intelectual una vez superada la carrera armamentística. Al igual que algunas tesis de Hans Jonas, al que no sé si leyó, en su obra la tecnología ha ganado la batalla a la ética.

Y, aun así, esto también es solo un pequeño síntoma de las circunstancias que nos desorientan. Observamos sin especial temor el dominio del caos informativo y partidista que se avecina, con políticos que mienten sin ninguna vergüenza para promover ideas y desplazar en lo posible el famoso marco de discusión analizado por el lingüista George Lakoff.

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En este artículo sobre Philip K. Dick ya hablé sobre la visionaria literatura que escribió en referencia al poder y la desconfianza que necesitamos mantener hacia él. En la sociedad creada en Una mirada en la oscuridad la cercanía con Franz Kafka puede resultar evidente en algunos aspectos. Los elementos de distorsión cognitiva que sufren los drogadictos de la novela son potenciados por un Estado que se beneficia de su existencia. El mensaje de Dick que muestra al ciudadano como mera mercancía se repite en distintas novelas.

Existen varias clases de desconcierto o desorientación, o momento dickianos, y suelen variar en función de si son protagonizados por un solo sujeto o un grupo, o de si se sufren un momento puntual o son continuos. Deckard yendo a una comisaría de replicantes que simula ser una de humanos lo vive de un modo distinto que los astronautas encapsulados de Laberinto de muerte, de los desesperados protagonistas de El hombre en el castillo o el de Gestarescala. Lo único claro es que es una desorientación en la que por momentos se sumerge toda la realidad, física y teológica, sensitiva e intelectual.

Distinto es el desconcierto que sufren los protagonistas de las obras de los hermanos Strugatski. Enmascarado bajo distintas capas o excusas, relatan en numerosas ocasiones la capacidad del Estado para que el individuo no sepa a dónde asirse y se convierta en un títere. La Ciudad Maldita es inexplicable en su totalidad, pero el elemento detonante de Mil millones de años hasta el fin del mundo también lo es. ¿Quién es aliado y quién forma parte de la conspiración? Desde un punto de vista muy humano e ilustrado, y con el humor como escape puntual, la respuesta está en la punta de la lengua en todo momento y estos hermanos, víctimas constantes de la censura soviética, no lo esconden demasiado.

Estas cuatro muestras literarias que se acercan a nuestro desconcierto actual me parecen ejemplos en los que se puede profundizar en detalle. Espero extenderme sobre el tema en futuros textos con la intención de aclarar y entender qué técnicas de desorientación sufrimos y cómo han sido abordadas en la literatura.

Escríbeme a ekaitzortega(arroba)gmail.com

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