El momento de quemar Madrid

Sentirse incómodo es lo habitual cuando no pagas. Apenas hay espacios públicos en gran parte de Madrid, lugares donde descansar y entretenerse sin pagar, y cuando los encuentras están llenos de gente como tú. El único modo de conseguir paz va acompañado de desembolso económico. Espacios como el metro de Gran Vía carecen de los asientos suficientes, al igual que las estaciones de autobús o tren, no resisten la comparación con cualquier otra ciudad.

Volver a Madrid es caer en una depresión instantánea. No es fácil saber si la enfermedad de la ciudad se transmite al momento en un virus de contaminación o si es un acto reflejo. Al transitar por ella uno tiene la sensación de vivir en el futuro-pasado de la ciencia ficción, en esos entornos protocapitalisas que ya se encuentran en decadencia. Pero no hemos pasado por la época de esplendor: el cemento en ningún momento brilló y las motos que se acumulan en las aceras nunca estuvieron limpias ni bien aparcadas, directamente se avanzó hacia el crespúsculo.

Mientras, la sensación de confrontación ideológica aumenta y la tensión territorial de otros lugares aquí es de clase. El desprecio entre clase obrera consciente de si misma y clase obrera desclasada aliada con el empresariado de derechas ha aumentado. Hay zonas y bares que no visitarás si no perteneces al pensamiento hegemónico del lugar.

En fin, este año caeré en la trampa a la que empuja el entorno privatizado y entre las tres únicas opciones disponibles en la Feria del libro elegiré la última: no iré. Las otras dos son consumir en lo que no es cultura o estar incómodo. Las experiencias de conocidos han sido desalentadoras ante la acumulación de personas en las colas y lo atestado de un recinto con demasiados bares y ningún baño.

Aquí la cultura no tiene valor por sí misma si no se pliega al gobernante y debe ser sometida para subsistir. Desaparece en caso de no pasar por ese aro y ante esta situación decido que mejor desaparezco yo. Mi idea es volver a las librerías que más me gustan o a las ferias del libro de otras ciudades donde lo importante es lo que se vende en las casetas.

El grupo bilbaíno Doctor Deseo nació en los 80 y ha sabido pervivir durante décadas al encontrar un estilo propio alejado de las tendencias de entonces. Ni rock radical vasco ni pop, sino una crónica nocturna que sumaba prostitutas, alcohol, diversidad sexual e insomnio. Estas canciones eran conscientes del Bilbao pre-Guggenheim y el colapso que se vivía en un cementerio consumido por la heroína y el fin de la época industrial.

En el intento de himno ¡Darle fuego a Bilbao! también resumieron a la perfección el Madrid actual:

Hemos jugado entre basuras e ilusiones,
miedo y la necesidad de escribir torcido,
de andar al revés.
Robando noches, buscando entre lo prohibido,
sabores intensos, notas perdidas,
viejo blues de una tormenta.
Niña dame la mano,
ha llegado el momento de quemar Bilbao,
prender fuego al silencio,
decir que no, y empezamos de nuevo.
¡Darle fuego a Bilbao!
Calles cansadas, teñidas de aburrimiento,
idiotas de lujo.
Me afilo las uñas, defiendo mi esquina.
Golpeo la guitarra y olvido que tengo
los zapatos sucios.

En esas estamos, cubiertos de mierda todos, esperando la próxima Filomena y el enfermar y no ser atendidos en un ambulatorio, con la esperanza de poder huir a empresas que no hayan caído en las ventajas fiscales que tratan de estrangular al resto de comunidades autónomas. Realmente, ha llegado el momento de quemar Madrid.

Sé que es cansado y repetitivo hablar de Madrid, pero también inevitable al sentir que vivimos en primera persona la lenta destrucción de una ciudad. Si Margaret Thatcher dijo que no existe la sociedad, el PP de Madrid parece afirmar que no existe la ciudad como ente habitable, para ellos es una abstracción identitaria.

Uno no puede escapar al comentario diario sobre Madrid porque vive enganchado a esta droga. Resulta adictivo, como sentir la polución en el pelo, la piel grasa y la garganta seca. La ciudad deja salir nuestro lado más suicida y vislumbramos el final de la civilización que en realidad añoramos. Es como amar una patria, que al final siempre parece conducir a la adoración de la muerte.

Escríbeme a ekaitzortega(arroba)gmail.com

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