Toda la violencia del mundo en Cuatro Caminos

cuatro caminos

Recuerdo que en los viajes por España de mi infancia vivía con curiosidad los momentos en los que cambiábamos de comunidad autónoma. Me llamaba especialmente la atención cuando se pasaba de una carretera bien asfaltada a otra llena de baches. Todavía no comprendía muchas cosas, pero sin comparar las causas, encuentro un contraste similar cuando paso de un lado a otro la Glorieta de Cuatro caminos.

Este conocido punto de Madrid separa los barrios de Chamberí y Tetuán y quizá es el lugar con el cambio más brusco que conozco. En apenas dos minutos se pasa de aceras apenas pobladas a otras llenas, de contados comercios a numerosas cadenas de comida rápida, de población principalmente nacional a una mezcla que incomodaría a algunos partidos políticos.

Ambos barrios se dividen por una línea recta que a un lado de la glorieta se llama calle Raimundo Fernández de Villaverde y al otro Avenida de la Reina Victoria. Estas son anchas y para cruzarlas se construyeron incómodos pasos con dos semáforos que hacen casi imposible cruzar de un lado a otro sin parar. Si pasas un semáforo, siempre tienes el otro en rojo. Cabe pensar si es casualidad o parte de la perspectiva urbanística.

En un lado de la glorieta encuentras viviendas y el Centro Juvenil Chamberí, al otro supermercados, cafeterías, KFC, McDonald’s… La división es clara y los bajos de los mismos edificios marcan las diferencias, pero el mayor contraste se encuentra en las personas.

La parte norte de Chamberí no muestra apenas diferencias con el resto del barrio; esto es, gente de paso hacia los bares, viviendas o tiendas. Sin problema para moverse y poca interacción en general. Al cruzar Cuatro Caminos te piden dinero en la puerta del supermercado, esquivas gente, alguien grita que compran oro, te venden La farola y ofrecen papeles con publicidad de un local. La sensación de irrealidad que provoca el salto en una u otra dirección resulta desorientadora.

Son dos mundos cercanos y donde se nota la fricción violenta de la desigualdad. No hacen falta muros para delimitar a la sociedad, solo dos semáforos. Bajo la glorieta hay una parada de metro y cuando los ciudadanos se mezclan ya lo hacen en la estación de metro: se accede desde entradas diferentes. Bajo tierra no existe esa división y se observa la heterogeneidad de la sociedad, pero en la superficie todos los prejuicios que se puedan tener respecto a lo que dice la apariencia sobre una persona cambian solo con pasar de acera. Parece mentira que ambas zonas pertenezcan a una misma ciudad y se encuentren tan cerca sin que exista un continuo conflicto entre ellas.

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