Otros entornos: Ponzano

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Este pequeño texto viene al hilo de algunos artículos clasistas que se han publicado recientemente en conocidos periódicos. En ellos, se ha enviado a periodistas a descubrir cómo son los barrios obreros del mismo modo que un turista se pasea por países del tercer mundo. Lo más curioso es que esos artículos se toman en serio a sí mismos, pero a mí no me ha quedado otra que leerlos clave paródica.

De esa sensación de absurdo nace mi, llamémosle, experiencia. Una visión en dirección contraria.

 


Recorro la calle Ponzano un sábado a las ocho y media de la mañana. Quitando el servicio de limpieza y el camión de descarga que nutre al supermercado, la calle está vacía. Debo reconocer cierta inquietud al encontrarme en un barrio bien de Madrid, Chamberí, y en una de las calles de moda. Mi molesta sensación proviene de que no encuentro aquello que tanto se ha promocionado, más bien palpo desolación. Hay 72 bares en un kilómetro, en una zona residencial donde se puede percibir que los vecinos son en su mayoría de edad adulta o ancianos. Sin embargo, solo veo persianas bajadas.

El problema es que busco una cafetería para desayunar. La panadería en donde pensaba tomar el café abre a las nueve y recorro la zona entre molesto y asqueado. Estoy en una calle con 72 bares, pero todos están cerrados. Además, compruebo que las tipografías de muchos negocios son similares, como si los mismos grupos hubiesen alquilado la mayoría de espacios para crear de forma artificial un centro de ocio que hasta tiene su propio término: ponzaning. No es broma, hay gente que dice ponzaning.

Como residente cercano, sé perfectamente que el tipo de cliente que viene a estas zonas suele rondar la treintena y es de clase media o alta, o eso ansía. Algunos locales tienen aparcacoches y el precio de las raciones puede ser alto, aunque no prohibitivo, algo que expulsaría a demasiados universitarios y becarios de consultoras. Si pasas cualquier tarde, lo normal es ver a hombres con camisa y chinos y mujeres con vestidos o ropa de oficina. Es un lugar al que se viene después del trabajo y que carece de los rasgos multiculturales de Lavapiés o el turismo arrollador de Malasaña. Aquí el cliente es español, joven y de bien.

Ponzano

Sin embargo, el sábado a las ocho y pico de la mañana solo se puede encontrar basura por las aceras. No son latas de cerveza, hay envoltorios, pajitas y bolsas de plástico. Tiemblo al pensar en las hordas que destruyeron el entorno horas antes. En cuestión de dos manzanas veo tres motos volcadas, una eléctrica de alguna compañía y dos particulares. También bicicletas eléctricas. Además, los contenedores están tirados por medio de la acera. Una acera pegajosa, como si de madrugada los litros de colonia huyesen de los cuerpos tras salir del aire acondicionado de los locales y los brindis con Aperol fuesen demasiado impetuosos.

Se puede pensar que el vecino ajeno a los locales, demasiado ruidosos según las quejas en periódicos, tuvo que sortear grupos de salvajes que volcaban mobiliario urbano a la par que excretaban líquidos contaminantes. Acciones que, según entiendo, tratan de compensar el trauma que genera la búsqueda de identidad.

Pero eso quedó atrás y, aunque se puede notar el pálpito incómodo de la calle arrasada, lo más llamativo es que haya que buscar un lugar donde poder hacer una de las actividades de barrio más clásicas e identitarias: desayunar en el bar. La bestia transformadora ha robado la dignidad a este lugar, basta con ver las persianas bajadas, los barrenderos que se esfuerzan y ordenan el espacio con la agilidad de quien acostumbra a madrugar un sábado y la falta de vida. Estoy en un parque de atracciones antes de abrir.

Afortunadamente, opto por abandonar la calle y en menos de dos manzanas encuentro un par de bares abiertos: vecinos, periódicos ya arrugados, mascotas a los pies y bostezos indisimulados, todos ejercicios de dignidad en contraste con la rave incívica que pareció vivirse horas atrás en Ponzano. Hacer ponzaning, recuerden. Noto alivio al salir del lugar impostado, robado y dado a visitantes sin educación, a pesar de las dobles licenciaturas que salen a relucir en cada conversación. Se podría decir que existe un espacio natural hecho por los barrios y un circo construido por salvajes. Yo, como vecino, solo tengo sitio en el primero.

Escríbeme a ekaitzortega(arroba)gmail.com

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