La asombrosa ambición de La casa en el confín de la Tierra

La inacabable cantidad de obras esenciales que debería leer una persona resulta abrumadora, basta con asomarse a cualquier género para que se multipliquen y agobien al lector que quiere catar todo lo posible. En un género como el terror, que siempre ha estado maltratado en este país, sufrimos/sufro un retraso complicado de subsanar que provoca un acercamiento a ciegas a muchas obras. En este caso, tras la lectura de los libros de Philip K. Dick  editados en la colección de Cátedra, Letras Populares, le eché un vistazo a todas sus publicaciones y encontré la que es la última por ahora: La casa en el confín de la Tierra.

Escrita en 1908 por William Hope Hodgson, esta novela es una de las más impresionantes que he leído en el género del terror cósmico que tanto trabajaría el peculiar H. P. Lovecraft y todo el grupo de escritores que orbitaron a su rededor. Esta obra, que anticipa ese movimiento, sufre ciertas irregularidades narrativas pero contiene ochenta páginas que me han impresionado y que voy a permitirme comentar a riesgo de destrozar su lectura a quien pase por aquí.

El caso es que me asombra la ambición de William Hope Hodgson a la hora de narrar un hecho de inimaginable volumen desde la visión directa y objetiva de lo que retienen los ojos del protagonista. Encerrado en la casa que da título a la novela, desde la perspectiva de paisaje y cielo que le ofrece la ventana de una habitación, el tiempo comienza a acelerarse a altísima velocidad. El polvo recubre su cuerpo y el habitáculo, el sol pasa a ser una onda detenida en el cielo donde días y noches no son distinguibles, su perro se transforma en una masa y desaparece. Y el tiempo continúa avanzando, años como si fuesen suspiros, décadas, siglos, evos… Durante esas páginas narra lo que ve: el sol pierde fuerza con lentitud, la luna se aleja de la órbita terrestre, la luz cambia y, cuando parece que ha llegado al límite de lo que un ojo puede observar al irse apagando el sol como si fuese una cerilla que gastó su poca energía, con un último anillo de luz que todavía se resiste, el autor le da un impulso más a su ambición y narra cómo se da cuenta de que el sistema solar avanza a través del espacio. El protagonista siempre supo que el sistema viajaba, pero fuera de cualquier nexo con las medidas asumibles por el ser humano, es consciente de que se acerca a un enorme sol verde. Antes de que llegue el final del sistema solar tras ser absorvido por ese sol,  el protagonista piensa que quizá ese lugar fue donde comenzó la vida en el universo y tal vez, ante sus ínfimos ojos, también el punto final de la existencia.

Aparte de todo esto que cuento, también hay una interesante historia en la novela que parte del clásico manuscrito encontrado, pero la parte importante es la que cuento y por la que merece la pena. Disfrutar de esas ochenta páginas es la experiencia más abrumadora que he vivido en muchas lecturas.

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