Cuervos, de John Connolly

Las sagas y trilogías me dan pereza, no recuerdo que haya acabado ninguna en los últimos cinco años y, quitando los libros de Mundodisco, solo he seguido con la de Charlie Parker. Cuervos es el décimo libro de la serie, el undécimo al que me acerco en los últimos cuatro años, y ya hasta selecciono el momento de leerlos según la situación en la que me encuentre, no hay nada mejor para los momentos estresantes que el volver a visitar a este grupo de personajes con los que tanto disfruto.

¿Pero qué me aporta leer a John Connolly? Bien, partamos de que son sensaciones absolutamente subjetivas que pueden justificar mi afición por ellos. Pero me gusta pensar en la definición del buen lector que realizó Nabokov: no es el que se identifica con los personajes, sino aquel que lo hace con el escritor. A pesar de lo prolífico de su obra -sus libros siguen teniendo una extensión notable, Cuervos son 380 páginas con letra pequeña-, apenas recurre a trampas, quizá diálogos demasiado extensos a ratos o algunas descripciones habituales en exceso. Pero me gusta pensar en cómo busca nuevas fórmulas para contentar al lector y avanzar en el recorrido vital de los personajes.

En Cuervos, Charlie Parker es contratado para investigar quién está enviando correspondencia comprometida a una persona que trata de ocultar su pasado. A la vez, en la misma población ha desaparecido una joven adolescente y un grupo criminal se cruza por medio. Una fórmula basada en mezclar distintas historias e incluir en la narración a partir del primer tercio a los conocidos amigos de Charlie Parker: Louis, Ángel, los Fulci… En esta ocasión, Cuervos flaquea durante gran parte de la novela y se hace fuerte en un tramo final que justifica muchos de los devaneos de los personajes. Esa extensión de la que he hablado se vuelve un poco cansina por momentos y la obra podría haber tenido cien páginas menos sin demasiado problema.

Basta con leer un par de páginas de cualquiera de sus libros para descubrir la autoría de Connolly. Las descripciones de lugares sombríos de Maine, la maldad tras cada rasgo de la naturaleza, sus personajes que mantienen los clichés de la novela negra: Joey Atún era una persona de sonrisa triste, un mediador honrado al servicio de individuos poco honrados, un registrador de deudas antiguas y polvorientas, y de imprudentes promesas hechas con precipitación. Además era una presencia gélida e implacable, en los puestos de su mercado había pescados que despedían más calor que él. Maine, y en consecuencia toda la sociedad, es un infierno en tierra donde la luz está representada en personajes femeninos, sobre todo jóvenes, mientras que los héroes necesitan adentrarse en el mal para sobrevivir.

Este libro languidece en comparación con las grandes novelas de la saga, pero mantiene un buen nivel. Aunque enumere la paradigmática repetición de coordinadas en sus libros, se echan en falta dos puntos que tanto potencian la saga: por un lado la ausencia de un personaje oscuro que arrase con lo que encuentra, los malvados son demasiado anodinos en Cuervos; por otro, está la falta del arco fantástico que justifica el entorno y la galería de los personajes.

Cuervos es otro libro de Connolly que contentará a los aficionados a su exitosa saga. Un buen ejemplo de sus puntos fuertes y algunos de sus fallos, aunque estos no provocarán que nadie se desligue de la saga.

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