Apuntes sobre mis vacaciones en Cuba.

© Cristina Ortiz

Transcribo algunas anotaciones que he realizado durante mi reciente viaje a Cuba.

Día 1

Al levantarme para ir al baño del avión solo veo las decenas de pantallas encendidas a unos treinta centímetros de la cara de los pasajeros. El avión es nuevo y tiene un sistema que permite graduar la luz que entra desde el exterior en cinco niveles, de muy luminoso a oscuridad total.

Durante el vuelo nos dan los cuestionarios para entregar en la aduana. Hay que marcar si se introducen en el país grandes cantidades de dinero, electrodomésticos… y pornografía. ¿Por qué pornografía?

El personal del aeropuerto tiene poco más de veinte años, todos jóvenes y con uniforme.

Fuera de la terminal del aeropuerto nos esperan los dueños del piso que hemos alquilado en La Habana. Gente paciente con nosotros. Nos llevan al piso, durante el trayecto veo decenas de personas haciendo autostop.

Dos cosas me llaman la atención: a diferencia de España, donde los vehículos solo trasladan a una persona habitualmente, en La Habana siempre van llenos. Lo segundo, la publicidad, ausente desde que salimos del área internacional del aeropuerto. Sin datos en el móvil y sin publicidad, un pequeño descanso.

Cenamos en un lugar de turistas. Los camareros son muy agradables. Nos hablan de fútbol español y preguntan por Cataluña. Dos temas constantes en cualquier charla que sobrepase un par de minutos.

Como objetivo, intentar acercarse más a la población y salir de la burbuja turística a la que te empuja el sistema.

Día 2

Buen tiempo. Por la mañana viene una mujer a hacernos el desayuno. Personalmente, me siento un poco incómodo. Desde el balcón se puede ver el malecón a cinco cuadras y un colegio a dos. Estamos en una zona humilde de La Habana Vieja.

La calle tiene mucha vida y poco tráfico. La gente camina por medio sin preocupación. En el bajo de enfrente hay un negocio ilegal donde se vende café a primerísima hora. Los cubanos dejan unas monedas, toman de pié en la acera un café rápido y siguen con su vida. Muy disimulado todo.

Los edificios de la zona están hechos polvo y la ciudad emana vida. Hay una luz distinta, igual que el humo de los pocos vehículos. Nos miran, paran, ofrecen taxis, puros, tarjetas de wifi, guías… Muy amables y con sus propias frases para que te pares a contestar.

Entramos en una sala del Capitolio Nacional que han inaugurado hace tres días. Surrealista: un sarcófago con restos de soldados, una treintena de banderas formando un círculo y el himno nacional de Cuba en bucle. Una joven se nos acerca para explicarnos todo sin que nosotros preguntemos.

Grandes diferencias de una manzana a otra, de un barrio al siguiente. Del barrio pobre a la zona de hoteles de lujo.

En el Museo de la Revolución vemos cientos de fotografías del Che Guevara, Fidel Castro y Camilo Cienfuegos. Otra constante es la figura siempre eclipsada de Raúl Castro. Una experiencia curiosa, mezcla museo histórico y militar, todo de la temática revolucionaria, como era de esperar. Hay algunos turistas anglosajones que no sé si disfrutan o están sorprendidos.

Como Ropa Vieja entre lágrimas de felicidad  y volvemos por el malecón, nos quemamos un poco.

La cena es en un local que comparte pared de cristal con el Buena Vista Social Club. Un sitio lleno de alemanes aburridos donde actúan buenos artistas pero que se ha transformado en un local de turistas en su peor acepción.

La mesa de al lado está compuesta por diez sudamericanos con una escort. La chica parece aburrida y ellos un poco gilipollas. Cuando sale fuera para hablar por teléfono le preguntan a uno cuánto ha pagado por ella.

© Cristina Ortiz

La Habana. Fotografía de Cristina Ortiz

Día 3

Visitas a librerías de La Habana y algo de turismo por la zona más comercial y de extranjeros.

Vamos a comer a un restaurante soviético que hay en el malecón. Fotos de Lenin, Stalin, Gagarin y multitud de carteles soviéticos por todas las paredes. En el balcón la bandera soviética. Lo regenta un ucraniano que vino de joven y se quedó a vivir. Hablamos un rato con él, muy amable. El lugar es espectacular y pedimos platos que tienen raciones típicas, en su mayoría carne. Nos dice que los postres los preparan ancianas soviéticas en sus propias casas

A la tarde andamos más de media hora para ir a la Plaza de la Revolución. Como la mayoría de lugares muy turísticos, una decepción. Una gran esplanada sin nada más que el Monumento a José Martí y las fachadas con el Che y Fidel. Fotos de compromiso y más paseo, hacia el Vedado. Damos unas vueltas por allí, es una zona para divertirse con pubs, hoteles y discotecas. En el cine hay una película española: 1898: Los últimos de Filipinas. Tantos cubanos como extranjeros, sobre todo jóvenes. Pero es más caro que el resto de la ciudad. No me interesa demasiado.

Volvemos a la casa con un paseo por el malecón, esta vez desde la otra dirección, de cuarenta minutos.

Día 4

Mañana en el Museo Nacional de Bellas Artes. Pocas obras, algunas interesantes.lLas mismas corrientes de siempre. El espacio es bonito. Curiosidad: las vigilantes de sala se levantan y te miran fijamente cuando entras en los espacios. Algunas están acompañadas por sus hijos.

Vamos en un ferry a Casa Blanca. El calor es asfixiante. A ese lado hay una zona más pobre. Andamos con hambre hasta llegar a un pequeño restaurante donde como cangrejo. Algo caro en general. Música en vivo durante toda la comida

En los baños de muchos restaurantes, y en el museo de la mañana, hay mujeres que te dan papel o toallas y luego piden propina. En general se muestran poco agradables si las ignoras.

A la tarde vamos a la Plaza de Armas y tomamos un mojito. Vemos mucho ambiente y actuaciones musicales. El mojito exquisito. Tras un par de desaciertos buscando dónde cenar, cenamos y hacemos la maleta.

Día 5

A las seis en pie. Un Cadillac del 55 nos recoge para ir a Cayo Levisa. El conductor agradable y silencioso. La carretera es infernal, sin asfaltar y el vehículo carente de amortiguación. Conoce el camino, pero no esperaba encontrarlo así. Atravesamos pequeñas poblaciones, casas en el campo y dos centros urbanos: Cabañas y Bahía Honda. La gente es como en La Habana.

Voy fijándome en los cuerpos de la gente, no veo desnutrición.

Mucha hierba segada en el camino, cuento unas ocho personas cortándola con una especie de espada larga. Siempre hay mucha vida, gente de un lado a otro.

El viaje de unas dos horas tarda más de tres y llegamos al ferry cinco minutos antes de que zarpe. Media hora y un vaso de limonada nos espera en la isla de tres kilómetros. Apenas hay gente allí. Las playas como en las fotografías, de esas que se pueden catalogar como paradisiacas. No creo que haya más de cuarenta personas en toda la isla, la tranquilidad es absoluta. Lo peor el bufé, que es muy normal.

Como es temporada baja, nos dan una cabaña de categoría superior a la reservada.

© Cristina Ortiz

Cayo Levisa. Fotografía de Cristina Ortiz

Hay un hombre que recorre la playa por si quieres pedir algo. No sé cuántos kilómetros caminará por día. Nos cuenta que vivió en Madrid durante tres años. Pregunto para ponerlo a prueba y sabe más de la ciudad que yo. Cuenta su historia: tenía a su hijo enfermo del corazón y, tras hablar con un secretario de Castro, el gobierno cubano le dio 240 000 euros para que fuese a España a operarlo. Se gastó la mitad del dinero en ocho operaciones y en vivir. Pensó en quedarse, pero el deber moral y el agradecimiento a su país le hicieron volver y devolver todo el dinero que no gastó. Su hijo tiene ahora trece años y está sano, cuenta con los ojos húmedos. A la vuelta también le dieron ese trabajo en la isla.

Isla a la que, por cierto, no pueden acceder más cubanos que los que trabajan allí. Imagino que todos afines.

Día 6

Descanso total. Desayuno como un bruto, luego playa, paseo, playa, comer, playa, leer. A las cinco empieza a llover mucho y se levanta viento. Nos refugiamos en el bar. Está pasando un tifón en la distancia. Caen algunas ramas de palmeras y durante quince minutos se pone un poco peligroso. Supongo que todos piensan en el huracán Irma. Se calma y decidimos seguir en el bar.

Día 7

© Cristina Ortiz

Trinidad. Fotografía de Cristina Ortiz

A las siete de la mañana me pego el último baño y poco después salimos de Cayo Levisa. El chofer nos recoge y volvemos por otro camino entre montañas que se acerca a Soroa. Mucho verde. Hablamos un poco, me dice que toda la fruta del país quedó destrozada por el huracán y de vez en cuando me señala plantas de café. Otras tres horas de viaje.

En el Aeropuerto Internacional José Martí cogemos un coche de alquiler y conduzco cuatro horas hasta Trinidad. No conozco el modelo de vehículo, es chino. Todo el rato lloviendo y tronando. Acabo destrozado. Las carreteras y autopistas llenas de baches y con caos circulatorio. En cualquier punto se puede dar la vuelta de una dirección a otra de la autovía, hay gente por el carril derecho, bicicletas en sentido contrario, los vehículos tocan la bocina al adelantar, los intermitentes son inexistentes y algunos agujeros del trayecto podrían destrozar los bajos de cualquier coche.

En Trinidad los caseros son evangelistas, muy agradables. Vamos a cenar. Hay mucho ambiente en las calles.

Día 8

Trinidad son colores y empedrados. Te gritan ¡Taxi! en todos lados. Los edificios de pocas plantas. Paseamos, vamos a un mercadillo, tomamos limonada en un hotel. El desayuno muy generoso. Cuando me levanto lo están preparando en silencio. Hablo un poco con ellos. Bollos, sándwich de jamón y queso, huevo revuelto, café, leche, fruta demasiado madura.

Al despedirnos nos hacen muchas preguntas y conversamos un rato. Él vivió en la República Checa y trabajó como traductor del checo. La despedida es calurosa.

Conduzco hora y cuarto a Cienfuegos. Allí nos acoge otra familia muy agradable. Nos dan la bienvenida con jugo de frutas. Es la mejor casa de las tres donde nos hemos alojado, pero tiene un aire acondicionado muy ruidoso.

La ciudad es de origen francés. Me encanta. La planta de los edificios es cuadrada y las calles rectas, los edificios de tres plantas máximo y el ambiente relajado. Comemos a las seis de la tarde, muslo de cerdo agridulce. Para cenar unas cervezas.

Al llegar a casa nos sentamos con la familia (padre, madre y abuela) y charlamos unas cuantas horas. Son muy revolucionarios y orgullosos de su país. Los temas de conversación son variados: Irma, educación, sanidad, racionamiento, Cataluña, política española, compañías eléctricas… Él ama su país. Nos cuenta que en una semana restablecieron la electricidad tras el paso del huracán, que su madre es diabética y le dan comida gratis cada dos días, que la comida del racionamiento no es suficiente para todo el mes pero que nadie pasa hambre, que su hija estudia periodismo y tiene todo gratis: universidad, libros, residencia y comida. «No es la mejor comida, pero come lo suficiente todos los días».

Día 9

© Cristina Ortiz

Cienfuegos. Fotografía de Cristina Ortiz

Desayuno aún más abundante y sabroso. Estos sí tienen fruta. Me siento abrumado con tanta comida.

Salimos pronto desde Cienfuegos para llegar al aeropuerto y nos damos cuenta de que tenemos una rueda baja. Mal empezamos. Arreglado el problema, conduzco algo de tensión por ir sin rueda de repuesto tras cambiar la que estaba falta de presión.

Dejamos el coche sin mucho problema. Cuatro horas de espera en el aeropuerto. Toda la noche en el avión y yo no duermo ni un solo minuto. Demasiado cansado para leer, la vista fija en la pantalla, alienado.

 

(Todas las fotografías son de Cristina Ortiz)

Escríbeme a ekaitzortega(arroba)gmail.com

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