Intuición contra big data

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En el comentario de Armas de destrucción matemática quedó pendiente hablar de un área algo menos materialista que no se toca en el libro y que personalmente me interesa bastante: la artística. Con el estreno de Stranger Things se puso de moda la frase de que era “una serie hecha a base de algoritmo” con la visión de quien piensa que cualquier arte debe ser creado para satisfacerle. Por puro desconocimiento técnico, no soy quién para juzgar si esto fue así o no, si los homenajes y el uso de elementos familiares y nostálgicos fueron decisión artística o dependiente de la estadística. Sin embargo, sí se puede afirmar que, gustase o no, no ofrecía nada nuevo.

Como ya conocemos, las plataformas de video bajo demanda pueden saber qué ve cada usuario y en qué momentos deja de hacerlo, en qué capítulo fracasó una serie o cuándo empezó a cambiar de cadena o pausar la reproducción. Aparte de detalles que ahora no vienen al caso, como relacionar los gustos con la persona abonada. Esta herramienta que no existía antes puede ser el cielo de la productora y el infierno del espectador, y lo contrario.

La intuición era la guía básica para muchos guionistas, algo que sumado a las corrientes y modas ayudaba a crear los distintos productos. El ajuste al mercado y al capital siempre estaba por medio, si acababa de fracasar una película de piratas, ¿por qué rodar otra?, pero la libertad de la intuición se encontraba con opiniones, intuiciones enfrentadas y datos no definitorios; en cambio, con la información que se puede extraer hoy día de manera sencilla, el enfrentamiento entre creador y big data puede abarcar hasta los momentos más nimios de una producción y fijar unos límites que no se pueden rebatir sin entrar en la abstracción.

No trato de ser excesivamente ludita, ni de asegurar cual visionario que todo lo que viene del big data será perjudicial. Es más, me hago más preguntas que respuestas. Si algo me llama la atención de series como Twin Peaks o películas como El padrino es que se realizarón en un clima de caos que los mismos creadores comentan y que quizá por ello lograron convertirse en hitos. La multipremiada Boyhood es un ejemplo de imperfección sobresaliente, en donde la narración fluye casi encaprichada por el tiempo para lograr una obra excelente. Claro que también existen casos distintos, como Sed de mal y su ajuste hasta en el más mínimo detalle o el cine del Stanley Kubrick. De todas formas, la pregunta que me hago es el modo en el que esto afectará a las creaciones televisivas, que es el campo de batalla actual.

Personalmente, soy partidario de la imperfección. Welles, Hitchcock o Kubrick fueron genios irrepetibles, pero la narración está en el fluir y en saber que un cuento puede ser perfecto pero una novela jamás lo será. Y la guía de la intuición me interesa por encima de todo lo demás. De momento, esto ha funcionado con las series que consideramos obras maestras, pero quién sabe si me comeré mis palabras en un futuro próximo.

Pero ¿cómo se le puede decir a una cadena de video bajo demanda, posiblemente deficitaria, que no se fije en sus datos? En fin, todo esto vendrá y se irá, y volverá. Es demasiado importante como para que se pase por alto a la hora de generar contenido de forma masiva. Aunque por ahora no ha logrado imponerse, ya que del mismo modo que se afirma que Stranger Things era un triunfo del algoritmo, Stranger Things 2 puede ser su fracaso. ¿O no?

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