Juego sucio

bannon

El LSD que has dejado bajo la lengua hace efecto y piensas que caminas por un bosque a la espera de la muerte. Sientes la frondosidad que roza tus piernas y te pierdes en la naturaleza mientras respiras inquieto ante cualquier amenaza. Al despertar, te encuentras en un Zara gigante, con el motor del aire acondicionado sobre tu cabeza y decenas de dependientas vestidas con ropa anodina que ordenan las prendas y atienden a la clientela. Tardas en darte cuenta de quién eres y decidir que quieres salir de allí. Te has despertado y esa es tu realidad, o la del bosque, o en la que estás sentado delante del ordenador con el LSD en tu mano.

Tejer una realidad no es sencillo, la llegada a primera línea política del nuevo-viejo político Pablo Casado y su fábrica de distorsión nos puede servir de ejemplo. A sus manipulaciones le faltan el trasfondo de Le Pen, el poder de Trump o los medios de Putin, pero no descarta la opción de fabricarse un contexto de cartón en el que no creen ni sus votantes. Sin embargo, todas las ficciones tienen adeptos y cuando van unidas a un sentimiento político siempre encuentran quien las sostenga.

Lo interesante es que hemos llegado al momento en el cual sabemos que crear un recuerdo falso es productivo porque le damos el mismo valor a las fake news que a una anécdota vivida. Pensemos en un político y la primera paparrucha sobre él que se nos ocurra. Si influye de cualquier forma en nosotros, a pesar de que conocemos su falaz intención, es indiscutible que tiene un efecto político cuantificable en votos.

La rutina de esta derecha parece moverse entre dos enfoques: la necesidad de contentar a un electorado históricamente conservador y simpatizante de sentimientos arcaicos, a la vez que busca alcanzar los retos que supone la sociedad del siglo XXI y el manejo de sus herramientas como arma y beneficio. La derecha nacional, cada vez más disputada y clasificable según los argumentarios, observa un cambio hacia la nueva derecha global de la que tanto se habla por la estrategia de Steve Bannon a ambos lados del Atlántico. A todo esto se suma el uso de la era de las redes sociales, el tecnotriunfalismo y la búsqueda de las guerras culturales y obreras que hasta ahora se habían decantado por el bando de izquierdas.

En nuestra derecha existe una tensión entre la nostalgia histórica y el pesimismo desestructurado de las narraciones actuales. Hemos vivido manipulaciones duraderas en lo que puede ser considerado un ejemplo casi prehistórico a día de hoy: Libertad Digital y la falsa fiabilidad mostrada desde hace casi dos décadas. En eso el gobierno de Aznar fue pionero y ahora el expresidente vuelve cual mesías para asesorar a la nueva cúpula del PP tras formar parte de innumerables think tanks que están a la última sobre el uso electoral de las redes sociales. Valga de ejemplo Atlantic Council, que asesora a Facebook en casos de manipulación.

Y, mientras tanto, ¿dónde se encuentra la izquierda? Usaré dos ejemplos mainstream:

La derecha vive en esa tensión descrita mientras que la izquierda sigue embriagada por el perfume de la nostalgia de Watchmen. Una derrota constante, la infantilización moralizante que impide ensuciarse las manos en ocasiones y leves pataleos en momentos de dignidad no parecen ser suficiente cuando uno está más enamorado de los que ha sido -o casi fue- que de lo que puede conseguir. Tener a jóvenes dispuestos a trabajar de un modo limpio, lo que tampoco anula lo laborioso, quizá no sea suficiente ante las armas del otro bando.

Mientras, la derecha asume su pasado como Mark Renton y Spud en Trainspotting 2. Los males no se ocultan y hay que redimirlos o enfrentarse a ellos, pero como podemos ver en el mismo discurso Choose Live de Mark, la fragmentación y las nuevas tecnologías son necesarias y pueden convivir en esa catarsis. Sé que es una sobreinterpretación por mi parte comparar la redención y el ajuste de cuentas de la película con la derecha española, pero me parece un ejemplo fácil de entender para quien la haya visto. Al fin y al cabo, El club de la lucha sirve para los hombres blancos enfadados.

El combate de las ideologías se ha ido alejando de la trascendencia de la propuesta para centrarse en la vacua fijación de imposición de discurso. Por ahora el marco lo está ganando la derecha en su visión expansiva a costa de una izquierda que mira hacia dentro y cuestiona sus decisiones con la obsesión del egocéntrico. Se dice que la derecha gana en el frente de las noticias falsas y a nivel internacional sus victorias no dejan de acumularse.

Sea un Zara de quince pisos, la química del LSD o el tugurio digital, la realidad se cuestiona menos de lo que se admite y luchar contra ella es ir contracorriente. El objetivo debería fijarse en la fabricación de la estructura sustentadora de la percepción que sacuda con ideas y replantee dónde están los fallos y quiénes son los culpables de nuestro sistema. Dentro de la paradoja de que debemos ser intolerantes con los intolerantes para lograr la tolerancia, también reside el tener que meterse en el barro y luchar de tú a tú como haga falta para ganar un entorno limpio y justo. O seguir perdiendo.

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