VHS

Creo que viví una realidad distinta a la de la mayoría de los aficionados al fantástico. Escucho constantemente que ya no está mal visto ver algunas películas o leer género y pienso que hace veinte años para mí tampoco lo estaba. No sé bien cómo llegué a esta literatura, pero al cine sí. En La2 emitían Alucine los sábados a la noche y ahí fui descubriendo películas que me interesaban más que las realistas. También iba a los estrenos de ciencia ficción y terror en el cine, y a la enciclopedia personal se iban añadiendo las películas interesantes que aparecían esporádicamente en televisión y sobre las que charlábamos los amigos en el instituto.

Hubo unos años en los que bajaba cada domingo a la Plaza Nueva de Bilbao con amigos (o solo) para echar un vistazo a los libros que se vendían y algunas de las cintas VHS de los puestos. Uno de ellos tenía un listado enorme de películas que te podían copiar de una semana para otra. Les encargué algunas con catorce o quince años, aunque solo recuerdo comprar Brazil. La copia de VHS a VHS perdía mucha calidad, pero me valía para disfrutarlas y dejárselas a alguien. También estaba al tanto de los primeros números de colecciones en quioscos porque podía conseguir un par de películas a bajo precio.

Entrar en la literatura tampoco fue algo extraño, bastó con empezar a ir a librerías; para los cómics me acercaba a una tienda de segunda mano o a Joker. La verdad es que nunca sentí esa extraña marginalidad por mi afición, solo pensaba que encontraba en esas narraciones historias que me parecían mucho más interesantes y atrevidas que las convencionales. A apreciar en su medida las obras realistas llegué más tarde y creo que nunca he sentido ese desprecio que tienen muchos aficionados hacia ellas. Una buena historia es una buena historia, al fin y al cabo.

Debo reconocer que en estos tiempos de los que hablo había dos directores que me obsesionaban por encima del resto: David Cronenberg y John Carpenter. El primero era una afición más solitaria y la fijación por el segundo la compartía con otros amigos. Para mí Cronenberg era el de las obras impredecibles que me superaban, el de lo extraño, lo raro y lo maléfico. Seguramente fue el artista –de cualquier área- que más influyó en mi personalidad. Con Carpenter llegaban la diversión y el placer por regodearse en la afición propia, el tipo que sabía hacer todo, la mayoría bien, y me daba las dosis necesarias de adrenalina, miedo y placer.

Tardé unos cuantos años en completar la filmografía de Cronenberg. Tuve que pedir unos DVDs al extranjero para ver sus cortometrajes y esa mala película llamada Fast Company. También leí David Cronenberg por David Cronenberg y entendí que el autor estaba siempre ahí y cómo sus vivencias accionaban aspectos narrativos que yo tanto disfrutaba. Supongo que no es extraño anotar mi posterior encuentro con los libros de J.G. Ballard.

En fin, hace unos meses tiré mis películas de la adolescencia en VHS sin el temor a que se perdiesen porque a golpe de clic puedo disponer de ellas. Muchas eran grabadas, algunas originales y otras las tenía repetidas. Creo que en los veinte años que han pasado tampoco he cambiado demasiado de dirección. Todavía no sé si eso es bueno o malo.

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