Jugar con los cuerpos, el cine de Brandon Cronenberg

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Mucho se ha escrito en los últimos meses sobre la nueva película de Brandon Cronenberg, quizá hasta demasiado una vez vista. Si no fuese por el apellido, seguramente sus dos películas hubiesen pasado tan desapercibidas como las de otros tantos directores del cine fantástico alejado de las grandes producciones. Estas películas como mucho encuentran repercusión tras su paso por un festival o la llegada a alguna plataforma de streaming, como en el caso de The Vast of Night y su inesperado éxito en Prime Video. Pero en todo caso, independientemente del motivo, bienvenido sea el ruido y la promoción recibida.

El recorrido de Brandon Cronenberg es extraño. Tras un debut en el que solo atrajo a los ya convencidos al género, ahora vuelve con una película todavía más dura y donde prima el placer por lo insano y las imágenes violentas. Una vez dejado atrás lo aséptico de Antiviral, nos ha presentado Possessor. Ocho años, toda una vida para un director de cine. Son muchos los avances que se pueden observar en Possessor respecto a su ópera prima en el ritmo, la capacidad narrativa y las interpretaciones. Igual de incómodo, sí se muestra superior en todo lo formal, aunque no cambia demasiado el código utilizado.

Un aspecto se debe tomar en cuenta antes de ver Possessor: de nuevo maneja unos discursos que superan al guion y su valor cinematográfico. Intenta disimularlo mediante giros y truculencias, pero la sensación de impostura lastra la narración. A pesar de encontrar a un espectador receptivo a sus teorías de lo que casi se podría denominar la nueva-nueva carne, al igual que ocurría con el David Cronenberg más bisoño, el mensaje está por encima del resto de la película.

Cuando Brandon Cronenberg presentó Antiviral, el ansia de desagrado ya se mostraba desde los primeros minutos. El protagonista de palidez enfermiza y afición por los sandwiches envasados trabajaba en una clínica enfocada a replicar las enfermedades de famosos en sus fans. De forma ilegal, también traficaba con datos para que se procesase carne que emulaba la de esas celebridades, saboreada después por los seguidores. Un tropo evidente sobre la religiosa adoración que hemos llevado a un nivel distinto con el mundo digital, aunque se debe recordar que es una película de 2012.

La belleza enfermiza de las modelos, la tecnología innovadora en resultados pero no en diseño, la imposibilidad de un final feliz, la trama que en el fondo nos es indistinta porque solo queremos saber hasta dónde quiere llegar… Son muchos los detalles en los que nos podemos detener, pero sobre todo está esa carne artificial. Ahora que ya encontramos en el supermercado carne que no es carne, esta solo puede ser el anticipo a la carne procesada que sabe como los muslos, hombros o glúteos del famoso al que no sabes si admirar o asesinar.

Con Possessor encontramos un juego distinto, pero donde el cuerpo también es expuesto, sometido y corrompido. Mediante la tecnología es posible introducirse en la mente de otra persona y utilizar su cuerpo como si fuese el propio, dolor y placer incluidos. Esto es aprovechado para llegar a personas importantes y asesinarlas. Una premisa que bien podría ser la de una película cualquiera de acción o ciencia ficción, pero que en manos de Brandon Cronenberg se vive como la continua fricción entre realidades, percepciones múltiples y la sensación de que todo va camino de transformarse en enfermedad.

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Está presente el discurso del ser humano como la enfermedad parasitaria de otro, aunque la muestra de las personas como meras bolsas de carne lo solapa. Si en Antiviral la carne era fileteada y envasada, aquí la sangre salpica el suelo, los órganos pueden explotar como globos de agua y derramarse sobre el suelo; y el cuerpo ser, como finalmente acaba resultando en nuestras vidas, una prisión.

En ambas películas vivimos la imposibilidad de la sonrisa, el cuerpo que no avanza mientras lo hace la tecnología y unas obsesiones que parecen circular entre las sombras teñidas de pesimismo. Possessor es más comercial que Antiviral en la forma, pero no más sencilla ni digerible, como mucho más cercana a nuestros referentes. En vez de definirnos la fama, se enfoca hacia la penalización del poder, sea el de las víctimas o la misma empresa para la que trabaja la protagonista. Se retrata una sociedad menos nihilista, más enfurecida.

Pero es cierto que, una vez asimiladas ambas película, quizá lo más incómodo es el mensaje que no se adhiere a ninguna moraleja. Esta carne de la que estamos compuestos va a seguir igual, ajena a lo que ocurra en el exterior. Y al final surgen las preguntas: ¿de qué modo quieres jugar con tu cuerpo? ¿Quieres comértelo o hacer una réplica? ¿Manipular la psique para corromperlo y utilizarlo? ¿Abrirlo en canal y buscar enfermedades? Tal vez tú no lo sepas, pero Brandon Cronenberg ya explora estos supuestos.

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